viernes, 22 de junio de 2012

Un domingo de guardia


Estaba realizando mis primeros pasos  en la medicina, a fines de los 60.
Había aceptado hacer  guardias los domingos en un hospital de una zona muy humilde:  Merlo, Provincia de Buenos  Aires.

Ese domingo a la tarde,  el ambiente estaba más alborotado que de costumbre. La sala de espera llenísima. Entraron  a la guardia una mamá con un niño de unos cinco años; éste traía  la cabeza envuelta con un gran vendaje. El chico lloraba mucho, se veía muy molesto.
Madre e hijo, esperaban su turno.
Repentinamente se produjo un gran revuelo en la sala  y un enfermero entró al consultorio gritando:
- ¡Doctor, doctora! ¡Por favor,  que venga alguien! ¡¡Pronto!! En la sala de espera hay una mujer pegando carterazos en la cabeza a un chico herido. No la puedo frenar, está furiosa.
Salimos varios a ver que sucedía. Una mujer propinaba golpes con su cartera en la cabeza vendada de un niño  en medio del estupor de la gente.
Me acerqué  y le dije:
- ¡Pero señora,  por favor!... como le va a pegar así a su hijo. ¿No ve que está herido?
- ¿Herido?  Que va a estar herido… El desgraciado estaba jugando a los soldados y se puso una escupidera en la cabeza . No se la puedo sacar y para colmo no para de llorar. Le pego para que deje de llorar porque no lo aguanto más. 
- Pero… ¿Por qué lo trajo aquí?
- Es que no logramos sacarla, está muy trabada. Probaron varios vecinos y nadie pudo. No sabía donde llevarlo. Pensé ir al cuartel de bomberos, pero me pareció mejor el hospital.

Miré con atención la cabeza del niño. Se hallaba  envuelta en gasas y por un costado sobresalía una manija que estaba prolijamente vendada.
Sorprendida le pregunté:
 - ¿Porque lo vendó de esa forma?
- ¿Y como quería que lo traiga? Tenía que venir en el micro. ¡Me daba vergüenza traerlo  con esa cosa  en la cabeza!

Pasaron al consultorio. Cada uno de los médicos que estábamos  de guardia tratamos sacar la escupidera mientras el niño no paraba de llorar. La verdad es que temíamos lastimarlo.  Probamos de varias formas: pasando vaselina alrededor, girando para derecha e izquierda…No salía. Incluso a alguien se le ocurrió hacer una pequeña perforación con una máquina de agujerear para que descomprimiera  el aire y aflojara. Hasta se habló de operar… Por suerte vino Manolo, el portero. Un gallego entrado en años, bonachón, muy querido por el personal del hospital y  acostumbrado a ver cualquier rareza. Nos miró y se dio cuenta de que no sabíamos como hacer. Esto no era cuestión de ciencia. Entonces, nos dijo:
 - A ver,  dejadme  probar a mí.
Puso al chico entre sus piernas. El niño intuyó algo. Instantáneamente dejó de llorar.
Manolo, tomó la escupidera con ambas manos, efectuó un giro acompañado de golpe seco y preciso. La escupidera aflojó y salió.
- ¡Bravo Manolo!
Aplausos de todo el mundo…de los médicos y de la gente que esperaba afuera y miraban por la puerta abierta.

La Sra. y su hijo se fueron muy contentos con la escupidera debajo del brazo.
                             
                                                                                                                Gely Taboadela

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