lunes, 25 de junio de 2012

Las manos de mamá


Las manos de mi madre
parecen pájaros en el aire
historias de cocina
entre sus alas heridas
de hambre.
     Peteco Carabajal (de la canción “Las manos de mi madre”)
Siempre me  gustó la letra de la canción porque siempre me gustaron las manos de mamá. Tienen  y tenían algo especial. Eran capaces de miles  de cosas. Siempre estaban en movimiento. Me gustaban sus uñas chatitas y redondeadas. También cuando se ponía anillos, le quedaban muy lindos. Ella no era de arreglarse, solo trabajaba, se olvidaba de ella misma. Cuando salía con papá, no le quedaba otra, tenía que cambiarse y pintarse y así me encantaba verla porque resaltaba  su belleza- Había quedado con unos cuantos kilos de más con sus embarazos, pero no le importaba. Igual  era muy linda. Así la recuerdo en mi niñez siempre laboriosa. Sus manos pasaban de limpiar, escarbar la  tierra del jardín, lavar y planchar la ropa, cocinar, zurcir en el huevo de madera (que alguna vez enojada nos lo revoleó por las piernas), coser nuestros vestidos y más y más.

Recuerdo que en cada cumpleaños yo tenía un vestido nuevo  y la torta que hacía ella por supuesto, como a mis hermanos también. Festejaba con mis  amigos  y familiares. Ese era el día más feliz de cada año y lo esperaba ansiosamente como todos los chicos. Claro, recibía regalos. Con esto de los regalos me pasaba algo raro. Cuando mis amigas decían:
-Mi mamá, me regaló unos zapatos para mi cumpleaños- por ejemplo.
Yo pensaba:- a mí, mi mamá no me regala nada para mi cumple- Pero la realidad era que mamá me hacía el vestido y la fiesta y yo lo consideraba un regalo. Me daba rabia que ellas dijeran: “me regaló”,… las odiaba, porque sonaba como más importante.- yo en cambio decía: -mi mamá me compró- por que era natural. Me compraban lo que necesitaba.
Siempre fue así, se ocupaba de que no nos faltara nada aunque tampoco nos sobrara. Lo mismo hacía con sus nietos. Para poder comprar los recuerditos de oro, cuando todavía podía, se quedaba zurciendo medias de nylon (levantaba con una máquina los puntos de las medias corridas) hasta altas horas de la noche, para darse el gusto  de comprar una  pulserita, unos aros, un anillo, lo que fuera, para sus nietas. Ya después, cuando el bolsillo no le daba, aparecían las bombachas, medias o calzoncillos, pero su regalito estaba. Si le pedíamos algo: - ¿Mamá me hacés un chal a crochet?- .Enseguida se apuraba a  darnos el gusto, no sea que el tiempo no le alcanzara para cumplir nuestros deseos
Mamá  siempre fue mi modelo. Yo le contaba a todo el mundo: -mi mamá, aprendió a nadar (le tenia terror al agua) , y a conducir, a los 48 años-  también recuerdo que iba a la escuela  vespertina para terminar la primaria. Después  papá se enfermó. Cuando quedó viuda (tenia 55), aprendió cerámica, folclore, sabia bordar y tejer a máquina. Todo lo que ella quisiera lo aprendía. Tenía fuerza y decisión y también escondía sus tristezas. Ella reinaba a su manera y ayudaba a todo el que necesitara, sus padres, sus hermanos y después a nosotros  sus hijos. Por eso también los sobrinos la reconocen y la aman. Mas allá de educarnos y criarnos desde los  propios modelos y con  las limitaciones dentro de lo que ella sabía, siguió colaborando con nosotros y todos nuestros hijos hasta que no dio más. Ella quería lo mejor para sus hijos  y nietos, que tuvieran trabajo, que estudiaran. Estaba pendiente de que les fuera bien, de que progresaran. Era exigente en eso y parecía mandona, pero era su carácter, no porque quisiera entrometerse en nuestra vida, sino porque sufría cuando algo andaba mal. Después de todo había dado tanto, pienso, que tenía derechos adquiridos. 

Yo misma lamento, alguna vez que me enfrenté con ella para defender lo indefendible. Ella tenía razón, sabía porqué lo decía. Traté de compensar mis faltas, estudiando el piano. Eso la satisfacía porque era algo que no pudo hacer en su niñez. Se sentía orgullosa cuando tocaba algún concierto e invitaba a todas sus primas, por eso trataba de compensarla, aunque no lo considero suficiente para todo lo que ella se merecía. Tenía que haber estado más cerca de ella, pero mis circunstancias de vida tampoco ayudaron y  ahora es tarde. Lo que sí pude hacer, cuando mamá todavía tenía lucidez, hace casi dos años atrás, es pedirle perdón y decirle que la amaba mucho. Ella me miró y no dijo nada solo me acarició la cabeza con sus queridas manos. Con eso pude quedar en paz.
En el último tiempo, traté de rescatar todos los recuerdos que pudo contarme, para  terminar de escribir la historia de mi abuela a fines del año pasado. No llegué a leérselas, porque ya no entendía, pero la puse en sus manos. Esas manos que aprietan fuertemente, esas manos que en un tiempo quizás no muy lejano, echaran a volar, llegando a ese cielo infinito que la está esperando.
Como en la canción: amo las manos de mi madre.
                                                                                                          Raquel Micheli

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