Carlos, Victoria y yo trabajamos durante unos pocos días al año, en el Centro Atómico de un hermoso pueblo que se hizo famoso, por la Central Atómica y por estar a la orilla de un gran lago, rodeado de montañas. Sus habitantes son sumamente cordiales. Hoy es el último día de ensayos en el recinto del reactor. Mañana temprano volveremos a la capital.
Por suerte, ya casi terminamos. Los tres estamos muy contentos. Siempre nos pone alegres concluir bien un trabajo.
Le digo a Victoria que después de terminar, querría salir a caminar y comprar chocolates para la familia, de esos rellenos con frutos del bosque…
Adoro este lugar, me gusta tanto que a veces me olvido que vengo a trabajar. Ver el paisaje con las montañas nevadas reflejadas en el lago, me da sensación de bienestar.
Son los últimos toques y listo el trabajo. Comento a mis compañeros:
─ ¿Qué les parece si como despedida, vamos a cenar a un restaurante que vi en la calle central del pueblo? Se especializan en truchas…
─ Dale, vamos ─ acepta Victoria. Yo la voy a pedir con una salsita de champiñones.
─ Hum… a mi me gusta al natural con un poco de mantequilla y papas… Se me hace agua a la boca ─ dice Carlos
─ Bueno, me faltan dos mediciones y ya está. Si quieren ustedes vayan yendo a la cabina de control a medirse y los alcanzo en un ratito ─ agregué
Listo, por fin terminé, pensé mientras guardaba todo. Me mido, me cambio y salimos. Creo que aún podemos aprovechar algo del solcito.
─ Vamos Victoria, apurate que me toca a mí entrar a la cabina.
─ ¡Por fin! Cómo tardaste ─ rezongué.
Entré a la cabina, cerré la puerta y puse en funcionamiento los controles
─ ¿Qué pasa? ¿Por qué se encienden las luces y suenan todas las alarmas?
─ Qué raro, algo anda mal.
─ A ver, voy a probar entrar varias veces seguidas. ¡Pucha!, sigue igual.
─ Ah… allí viene el oficial de seguridad.
─ Creo que se descompuso el aparato ─ digo mirándolo a los ojos.
Me miró, controló durante unos minutos los contactos y respondió:
─ No, todo anda perfecto ─ Observé preocupación en el tono de voz
─ Es que parece que te contaminaste.
─ ¿Cómo? ─ grité, clavado en mi garganta el temblor, mientras las piernas se me aflojaban…
Comencé a marearme y un sudor frío me recorría la espalda.
─ Me estás bromeando ─ lo miré aterrorizada.
─ No, no es broma ─ Vas a tener que ir a descontaminarte. Mientras lo haces, trataremos de ver en el laboratorio que pasó.
─ ¿Y cómo hago para descontaminarme? Es la primera vez que me sucede en todos los años que vengo a este reactor.
─ Bueno… ─ dijo suavizando la voz. ─ Vas a las duchas, te fregás el cuerpo varias veces con cepillo y jabón, luego venís y te medís. Lo tenés que hacer hasta que los sensores indiquen cero. Mientras vamos a revelar las placas de tu vestimenta y controlar tu lapicera.
─ ¿Controlaste tu lapicera sensora cada hora, como marcan las normas? ─ preguntó.
─ No, la verdad es que casi no la miro. Nunca pasó nada.
El oficial de seguridad me miró y meneó la cabeza a ambos lados. Se notaba bastante molesto.
Con mucho cuidado y miedo hice todo lo que me indicó. Mientras, pensaba cuan cerca del borde vivimos sin darnos cuenta.
Me froté con el cepillo hasta que la piel me quedó roja y dolorida. Finalmente los controles dieron el OK y pasé al área no restringida. Me vestí y salí:
Carlos y Victoria me estaban esperando. No debía tener buena cara, pues Carlos me dijo:
─ No te hagas malasangre inútil. Vas a ver que no es nada… Mañana viajamos a la capital y allí te hacés análisis de sangre.
─ Seguro te va a dar todo bien ─ me consolaba Victoria
En ese momento apareció el oficial de seguridad y dijo:
─ Ya averiguamos qué fue ─ Hubo un escape de radón y vos estabas muy cerca de la boca del tanque. Para la próxima cuidate más.
Me quedé triste, había perdido toda la alegría que tenía hacía tan solo un rato. ¿Como podía ser que en tan poco tiempo se pasara de la alegría a la preocupación?
Caminábamos los tres por la calle central del pueblo. Carlos y Victoria iban riendo de algún chiste y hacían bromas.
Mirá ─me señala Carlos─, ahí están los chocolates que querías comprar.
─ ¿Entramos? ─ invitó Victoria
─ No gracias. Voy al hotel – los veo mañana en el aeropuerto.
─ ¿Pero y la trucha? ¿No íbamos ir a cenar? – preguntó Victoria.
─ No tengo apetito, gracias. Vayan Uds. ─ respondí.
Gely Taboadela