martes, 5 de junio de 2012

A mi hermano Juan Carlos en su cumpleaños

Autora: Raquel Micheli 

Mayo 22 de 1952. Ese día me dejaron faltar  a clase.  Claro, cómo me lo iba a perder si había nacido mi hermano menor Juan Carlos. Gran acontecimiento en la familia , había llegado el ¡varón!. Desde ese entonces  las tres hermanas celosas, también te amaron. Este nacimiento lo tengo más presente porque ya siendo una nena grande de 12 años podía entender ciertas cosas. Así que mami dos días antes me dijo:"vas a tener un hermanito o una hermanita ".
 – Y cuándo? – pregunté yo, porque ni siquiera me había dado cuenta de que mi madre estaba con panza-
 -Puede ser para el 21 o 22 – contestó, mientras planchaba ropa, en nuestra habitación. Ese día ya no había bajado, para evitar la escalera. Por la noche del 21 observé preparativos raros en el dormitorio de mis padres. Luego nos mandaron a dormir a las tres hermanas y nos cerraron la puerta con llave. Y eso fue todo. A la mañana al levantarme, ya mamá tenía a Juan Carlos en brazos, envuelto y atadito como un matambre, así se usaba en ese tiempo.
 Tres días después, hicieron el bautismo, el 25 de Mayo. Los padrinos: la tía Teresa y el tío Ricardo, muy orgullosos de que los hubieran nombrado para ese cargo. Recuerdo la torta especial de ese día con la bandera argentina y muchos parientes para celebrar el acontecimiento, y a nuestro papá Juan con una alegría que le salía por los poros.
Y así empezamos a disfrutar a nuestro hermanito, gordito y hermoso, al que vestíamos como a un muñeco y sacábamos a pasear para exhibirlo. Claro, no todo era lindo, también había que cambiarlo, cuidarlo, hacerlo dormir, cantarle y demás. Y así fue pasando el tiempo, mientras crecíamos. Festejábamos sus gracias. Contábamos repetidamente la famosa anécdota de “la puta, no va haber café?”, o cuando se quedaba dormido en el inodoro…, y hay más ¿eh?... También, ya en la escuela, cuando escribía su primera composición:”Mi aula”, donde contaba todo lo que había  en ella, decía: “con un plumero arriba del armario, para limpiar, porque sino estaría todo sucio”-
En fin, pasaba el tiempo, a todos nos pasaba la vida  con lo bueno y lo malo. Simplemente lo que nos tocaba. Lo importante es que hoy, cuando  hace  falta estar, cada uno está en lo que puede y como puede. La generosidad, el ayudar a los demás se lo debemos a nuestros padres, de los que aprendimos. Todos nosotros hemos necesitado algo en algún momento y nuestros hermanos estuvieron y están, por eso te doy, y les doy las gracias a todos.
Bueno, hermano, paciencia, qué vas a hacer, te llegaron los 60. Bancátelos  y cumplilos bien, sé feliz con lo que tengas  de bueno, y te digo que tenés mucho. Solo hay que saber ver  y querer ver. Hay algo que me queda por decirte: ese 22 de mayo de 1952, fue el único día ese año en que me dejaron faltar y por eso, “ por tu culpa”, las monjas no me dieron el premio de asistencia perfecta, que se llamaba “premio a la perseverancia”, ¿¿¿a vos te parece??? ¡Que boluuuu! dirían ahora, ¿no?  Ja, ja …
Tu celosa hermana mayor que te quiere mucho.

                                                                              Raquel (la perseverante)

El café (para los jóvenes que no conocen la anécdota)

Nuestro padre almorzaba y cenaba durante la semana fuera de los horarios comunes. Venía tarde del trabajo en el negocio y mi madre le servía la comida. Charlaban mientras le hacía compañía. En uno de esos días papá le refería algo gracioso que había sucedido en Bonafide, un negocio muy importante y cercano, cuya principal venta es el café. Decía que  una señora entró  al comercio y preguntó:
-¿Hay café?- y entonces un empleado nuevo muy jovencito, asombrado y sonriendo le contestó:
-¡La puta!... ¿no va a haber café?-
 Claro… era una obviedad, pero hay que imaginarse, en ese tiempo en que las malas palabras solo estaban permitidas a los mayores, y en voz baja por supuesto, lo que significaba responderle a un cliente de esa forma. A un empleado que contestara semejante cosa, seguro le debe haber costado el puesto.  Fue tal el revuelo que se armó que la historia pasó de boca hasta llegar a mi padre  que la contaba riéndose.
El caso es que Juan Carlos que andaría por los 3 o 4 años debe haber escuchado lo que hablaban mis padres y lo registró. A los pocos días, al terminar de almorzar, mi padre  le pregunta a mi madre:
-¿Rosa… hay café?-  Y sale mi hermanito  Juan Carlos muy sueltamente:
- ¡La puta! ¿ no va haber café?-
Asombro e hilarante carcajada. Así quedó para la historia familiar la famosa anécdota del café tantas veces recordada.

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