jueves, 15 de noviembre de 2012

VIDA


I

Horadar la tristeza.

Silenciosa y oscura,
            sigo la luz del relámpago
y acaso, todavía
                           vivo.

II


Hago girar la rueca
                               hilando, hilando
el invisible torbellino
                                 de emociones.
Inexorable,
                 la vida
                              tira de mí.

III



Te deslumbras
te sorprendes
te acomodas
te ilusionas
resplandeces
te desbordas
te desvelas
te sofocas
te adormeces
te escondes
te camuflas
te conformas
te desgarras
te rebelas
te animas
te inflamas
floreces
te abalanzas
te entregas
te prodigas
te rompes
te repliegas
te interrogas
te aterras
te conmueves
te despides
compadeces
acompañas
te despojas


Aprendes y
                 renaces
                             cada día.


Inés Aguirre
2012


jueves, 8 de noviembre de 2012

CONVERSACIÓN CON MI PADRE V

 LA CASA GRANDE


En la casa grande había una escalera
por donde un poco más y se llegaba el cielo.
Allí, en aquel paraíso acanalado,
los árboles y los  gorriones se podían tocar
ramas y voceríos y bolitas peludas y sombras allá abajo
y libertad rugiendo en la tarde profunda―.
Allá en la casa grande había un cuarto con novelas de
                                                       [la Dama de Negro                                                                   
y una bella ventana que daba hacia el vacío.
Había abuelos, tías, otros parientes complicados
(segundos o terceros pero fundamentales):
don carlos, con su ojo vacío y un millón de fantasmas,
su razón que se fue y lo dejó esperando
en medio de las gallinas, entre las bobas higueras
y el sombrío galpón con su olor inmortal a cemento.
Allá en la casa grande había suaves patios cubiertos por
                                                     [el verdor de las uvas.
Había aquella sala y el reloj donde suena toda mi infancia
(reloj que ya no suenas y que alguien se llevó)
y había un piano en esa sala, donde incontables sillas
                                                     [enfundadas de blanco
recibieron los novios impecables, las ancianas amigas
                                                        [que ya no volverán.
¡En la casa grande!, ¡en la casa grande! Había retratos
de personas muy serias que no existieron nunca,
había camas imponentes como el palacio de justicia,
roperos con espejos donde cabía el alma,
había un sótano con arcones y espadas de Sandokán
y un comedor con un trinchero abarrotado de maravillas
(en la mesa cabían todos los dioses del Olimpo:
Allí comieron el distante, entonces no sabido, milagro de estar juntos),
y aquel zaguán donde ya nunca resonará mi llanto,
y la puerta por donde nunca más entraré.
Allí quedó tras esa puerta mi equipaje.
La casa grande no era el mundo

Raúl g. Aguirre
1964





LA CASA GRANDE


Recorrí por última vez los desolados cuartos de la planta alta, silenciosos, extrañamente despojados de los objetos y muebles queridos. Toqué las paredes vacías que ya tenían nostalgia de los cuadros que las vistieron.
En mi dormitorio, el cuarto de flores amarillas, me asomé a la ventana y vi ese jardín en el que casi hubo un mundo. De pronto me sorprendí al  escuchar la música de los Bee Gees mezclada con Serrat saliendo atronadora desde mi Winco; me vi sentada al escritorio como tantas veces haciendo la tarea de alumna ejemplar; me vi  acostada en la cama leyendo novelitas rosas y tejiendo sueños románticos mientras desde las paredes me saludaban ídolos adolescentes; me vi en el último día que viví allí, vestida de blanco, partiendo ingenua y felíz para estrenar una vida.
Bajé la escalera de madera y llegué a la cocina,  siguiéndole el rastro a un olor tan conocido como añorado: y entonces la vi, a mi madre, con su viejo delantal de colores, rodeada de cacerolas humeantes preparando la fiesta del puchero.
Salí al jardín y me senté en el banco de plaza de madera blanca, me pareció que también estaba mi abuela que tantas veces se sentaba allí, y sentí que me acariciaba suavemente el pelo. En medio del silencio, me dejé invadir por los recuerdos, y todas las imágenes y todos los olores y todos los sonidos vinieron a mí para recordarme mi historia.
Me pareció sentir el aroma de los jazmines, de la retama, de las madreselvas y al mismo tiempo vi una pareja enamorada inventando un jardín que perdura para siempre.
Escuché el canto de calandrias y bichos feos, el lejano traqueteo del tren y el ruido sordo de los aviones sobre mi cabeza; la máquina de cortar el pasto un domingo por la mañana, el repiqueteo de la vieja  máquina de escribir de mi padre mezclado con una sinfonía de Mozart; el crepitar de los leños en la estufa de la sala en domingos de invierno; el choque de las copas en los innumerables brindis junto a las voces de los seres queridos; la música de los grillos en las noches de verano y nosotros acostados en el pasto contemplando las estrellas mientras nuestro padre nos enseñaba la poesía de las constelaciones; voces añoradas cantando tantas veces un feliz cumpleaños; el ruido de petardos y fuegos artificiales que iluminaban nuestras fiestas navideñas; el ladrido lejano de algún perro vecino; el botellero gritando “algoo para vendeer botelleeeerooo”.
            Y también el jardín se llenó de imágenes y entonces pude ver el asado cocinándose en la parrilla con la sucesión de dedicados asadores; navidades y años nuevos con niños persiguiendo luciérnagas y a esos mismos niños jugando y corriendo felices en tantas fiestas de cumpleaños; el inquietante pozo ciego a donde iban a parar impredecibles objetos y que llenaba de pesadillas mis sueños infantiles.  Repasé en mi mente tantos árboles queridos: la higuera cuyos higos se volvían dulce en una inmensa olla que con paciencia revolvía mi madre, el sauce bajo el cual comíamos asados festejando el milagro de estar juntos, el limonero generoso, los perfumados ciruelos, el cedro pródigo en bellísimas rosas de madera que mi madre regalaba con amor.  Ví de pronto a un pequeño Tarzán subido a lo alto de ese mismo cedro con su honda lista para cazar desprevenidos gorriones y consolé a mi madre, que lloraba la tristeza de tener que hacerlo cortar; sonreí con ternura al ver a mi padre arrancando yuyos con su infinita paciencia y seguramente pergeñando en su mente un nuevo poema; ví a mis hijas   buscando emocionadas huevos de pascua escondidos; me volví niña y jugué con mi amiga Silvina: hicimos tortitas de barro para las muñecas, buscamos bichos bajo las piedras,  jugamos con la manguera, nos disfrazamos; finalmente, me acerqué a la tumba de las diversas mascotas familiares, ahora cubierta por piadosas flores y las recordé a todas y cada una.
Entré en la casa nuevamente y entonces me asaltó el fantasma del piano y a mi padre tocando en él melodías inventadas; lo ví también sentado ante su escritorio, escribiendo a mano con el eterno mate; lo ví en la mañana temprano, escuchando las noticias que le daba Magdalena mientras hacía en la alfombra sus ejercicios de gimnasia; ví a la familia reunida, muchos años después, tomando un chocolate un 9 de julio mientras a través de la ventana se veían caer inusitados copos de nieve; me paré al pie de la bella escalera y escuché  sin querer  la voz de mi padre casi gritándole, con inmensa alegría, a mi madre que lo escuchaba desde arriba :“Martaaaa, te amoooo”; me ví pequeña, junto a mis padres, escuchando compenetrada el cuento de Pedro y el Lobo que salía del tocadiscos y me ví  en un frío domingo de invierno, ¡hace tanto ya! escuchando de ese  mismo tocadiscos la música de Tristán e Isolda mientras mi padre me contaba la triste historia de amor; la ví a mi madre cortando moldes de costura en la gran mesa del comedor y casi sin querer nos ví a todos juntos también en esa mesa, comiendo las cosas ricas que traía mi abuelita Inés y siendo felices porque todo era sencillo entonces.
Finalmente,  miré todo por última vez, dejé que cada recuerdo volviese a su lugar, cerré la puerta y dejé allí mi historia para siempre.

Inés Aguirre
2012

domingo, 28 de octubre de 2012

Presentación del Libro de poemas: Rio de Fuego. Mónica Ines Cincinnati

Nuestra Profesora de Taller Literario, Lic. Mónica Ines Cincinnati, presentó su libro de poemas titulado: "Río de Fuego".
Tanto la  presentación del libro, realizada por la Lic. Graciela Capacci,  como la lectura de varios poemas a cargo de Mónica, estuvieron muy animadas y emocionates.
Van alguna fotos del acontecimiento.



jueves, 25 de octubre de 2012

La luna de mis niñas

                                                                          A mis hijos. Octubre del 2012

El auto se deslizaba suavemente por las rutas y autopistas. Rodeaba montañas o se metía en largos túneles. Zigzagueaba como una nave espacial que iba esquivando estrellas en el infinito. El conductor sostenía con firmeza y seguridad el volante. Llevaba la responsabilidad de una valiosa carga: su familia. La copiloto, su mujer, se mantenía despierta para acompañarlo y alerta para atender a los hijos. Los más grandes se acomodaban cabeceando,   el más pequeño también sucumbía al sueño. Atrás dormitaba la abuela que disfrutaba del  viaje. Pero  alguien no dormía. Con su carita pegada al vidrio del coche miraba extasiada la luna que colgaba del cielo. Era la niña de los ojos grandes y azules como un lago que exclamaba.
-¡Mamá la luna esta ahí!
-¡Mamá la luna camina!
Y la luna le sigue, se esconde y vuelve a aparecer.
La abuela entonces, sonriendo, al escucharla evocaba las escenas repetidas de largos viajes con sus hijos, en cielos de otras tierras, cuando una vocecita preguntaba ¿mamá cuánto falta? Y los más grandes entretenían la espera  contando los postes del costado de la ruta o jugaban al “veo-veo, ¿que ves?” Mientras, la luna, milenaria fascinación de los hombres, alumbraba el coche que devorando kilómetros  atravesaba puentes, fronteras, y también caminos del tiempo con recuerdos de ilusiones  pasadas, cuando otra niña de ojos claros la descubría e iluminaba su asombro:
-          ¿mamá la luna  me mira y se ríe?
-          ¡Mamá la luna va con nosotros!
-          Sí mi amor , sí… te mira,
-          A la luna le place acompañar a mis niñas.

                                                                                              Raquel Micheli
                                                                               

viernes, 28 de septiembre de 2012

EL PESCADOR


Contra el brillo del agua se dibuja, opaca, la negra silueta del pescador. En la penumbra, un borde de luna perfila el brazo extendido que sostiene la caña. Los árboles inmóviles y la luna vigilan las ondulaciones de la corriente que mecen la boya de la línea de pesca. En el silencio de grillos y ranas se oyen los golpeteos del agua contra el bote.
            Este recodo del río es su lugar preferido. ¿Cuántos años hace que busca este preciso lugar? Aunque el sol se ocultó hace horas, el pescador no se ha sacado el sombrero. Mira la boya fijamente y espera el pique en una abstraída concentración.       
Papá está envolviendo la carnada en una hoja de diario y la pone en una bolsita. Yo preparo la caja de pesca. El cuchillito filoso, las líneas enrolladas prolijamente en los rectángulos de corcho con tres tamaños de anzuelos, papel de diario y unos trapos.
Viene mamá, nos alcanza la caja con la vianda, el termo, el mate, los sombreros y el botiquín. “Por el amor de Dios, tengan cuidado con los anzuelos, y no se les ocurra traer los pescados sin limpiar”.      
El viejo pescador mira el cielo estrellado, negro como el río que fluye indiferente arrastrando ramas y camalotes. La boyita oscilante iluminada por la luna, parece una extensión del hombre.
Él pierde la mirada en el agua centelleante y los recuerdos flotan en la superficie de sus pensamientos.
             Primero lanzar no muy lejos y esperar en silencio. La boya se hunde de repente y el brazo reacciona, tira con fuerza, entrenado para enganchar el pez. Luego traer, enrollar el riel. No se sabe qué hay en el extremo, pero aunque el pez sea pequeño siempre es emocionante ver salir fuera del agua ese trofeo plateado y movedizo que va a parar al balde de latón.
Hay mucho pique, el balde está lleno, las mojarritas y la boga boquean cada vez más lentamente con los ojos irremediablemente abiertos. Algunas todavía saltan como si pudieran escapar. Aprendo rápido a sacarles el anzuelo de la boca. Los tomo de los costados de la cabecita y hago presión para que abran las mandíbulas, entonces tiro para recuperar el anzuelo quebrando los cartílagos y huesecitos. Si el pescado es grande me ayudo con el pequeño cuchillo.  Antes de volver hay que limpiarlos, sacarles las escamas y las tripas, lavarlos en el río que se lleva los desechos. Las mojarritas, que no sirven para comer, las arrojamos al agua y malheridas se alejan arrastradas por la corriente. El olor de los pescados impregna la caja, los trapos, nuestras manos.
Ahora disfruta de la soledad de ese lugar, le gusta adivinar el misterioso fluir de ese río vivo que sólo deja ver el brillo verdoso de la luna y esconde en la profundidad los peces hambrientos que serán engañados por la carnada.
Un tirón y la boyita desaparece, el brazo rápido recoge, trae. La caña se dobla. Algo tira con fuerza. Se afirma en el fondo del bote y trata de agarrar el bichero sin soltar la caña, no lo va a dejar escapar. Un nuevo tirón lo hace trastabillar, pero se vuelve a afirmar, deja caer el bichero y lucha con los dos brazos para no soltar la presa. Es lo que ha estado esperando desde hace horas. 
Una enorme cabeza surge del agua y brilla a la luz de la luna. Él conoce bien la forma achatada y los bigotes pero no puede existir un pez de ese tamaño. Desde chico ha oído a los isleños contar la historia del Gran Bagre, después de unas ginebras la repetían en los boliches año tras año. Puros cuentos de borrachos.  
El bagre gigantesco se sacude en la superficie y golpea el casco con furia, el hombre pierde el equilibrio, el pie se engancha en el cabo del ancla, cae por la borda, intenta subir al bote pero la tanza enredada en su cuerpo lo retiene. El hombre se revuelve desesperado sin poder soltarse. El bagre se sumerge llevándose caña y pescador. El bulto serpenteante forma una breve estela hasta desaparecer.
            En el medio del río un bote se hamaca solitario y sale el sol. 
                                                                                              
                                                                             Mónica  Cincinnati                                                                        
                      

viernes, 7 de septiembre de 2012

Una mañana de playa

Estaba disfrutando del sol en una playa, cuando apareció  un matrimonio con una bebita de unos dos años y una niñera. Llamaron mi atención inmediatamente. Tanto, que  no podía dejar de observarlos.
Un mozo  armó cuatro sillas de playa, una sombrilla,  una mesita y se instalaron.
            Los padres de la niña se veían  juveniles, lindos y parecían tener un nivel de vida alto.  Con muy buena  vestimenta, hermosos juguetes para la niña y traían una niñera a veranear con ellos.
Luego de acomodarse, ambos padres se dispusieron a tomar sol, mientras la niñera, que no tenía traje de baño, sino una  bermuda y remera, corría detrás de la niña.
            El hombre se recostó y se calzó unos anteojos oscuros que   no dejaban traslucir ningún gesto  de su rostro. La mujer era muy bonita. Rubia, con cabello largo y suelto hasta media espalda. Lucía una hermosa malla de dos piezas que mostraba un cuerpo perfecto; sin estrías y con una piel muy cuidada. La niña se parecía a los padres, era muy rubia y flaquita. Hablaba sin parar, se escapaba hacía la orilla del mar y la niñera la seguía pegada a ella.
De pronto la niñera giró hacía donde yo me encontraba y pude ver a  una mujer mulata de unos 35 años, de aspecto humilde. Me sorprendió la expresión de tristeza que emanaba de sus ojos. Se mostraba muy amable con la niña tratando de hacerla jugar, pero no sonreía, sus ojos estaban sumamente tristes. Eso hizo volar mi imaginación. “¿Que le podría suceder  a esta mujer estando en esta hermosa playa? Parecía a punto de llorar en cualquier momento.  “¿Sería por sus  propios hijos?” Tal vez tenía 2 ó 3 niños pequeños que debía dejar al cuidado de otros para trabajar… Todo pasaba por mi mente mientras la veía perseguir a la niña.
Mientras tanto la madre, untaba su cuerpo con  cremas. Lo hacía con  esmero  acariciando sus brazos y sus muslos de  manera seductora. Simultáneamente conversaba con su marido, pero él apenas respondía. Luego que terminó con las cremas,  siguió con el arreglo de su cabello y cuando finalmente decidió recostarse y tomar sol, la niña se acercó a pedirle algo. La mamá le contestaba muy bien, le daba juguetes y parecía tener un muy buen trato con la niñera.  A su vez esta,  hacía todo el esfuerzo  por llevarse a la pequeña  y dejar a los padres tranquilos tomando sol.
La niña insistía  escapando del lado de la niñera. Se sentaba ya sea cerca del padre o de la madre, siempre tratando de llamarles la atención. El padre ni se movía. En cambio, la madre en un momento tomó su cartera y  fue hacia la zona de los  kioscos. En ese rato quedaron solos el padre, la niñera y la niña. Fue entonces que el padre, que antes ni se movía,  se incorporó rápidamente de su silla playera, se quitó los anteojos oscuros y empezó a hablar muy animadamente con la niñera. Esta le contestaba solo con movimientos de cabeza,  pero yo desde mi lugar de pocos metros de distancia, percibía la incomodidad de la mujer de ojos tristes. A tal punto, que tomó a la niña de una mano y  la llevó a juntar conchillas por la  playa.
Luego de un rato regresó la madre con golosinas y también regresaron la niña y la niñera. La escena  volvió a como había comenzado. El hombre se recostó y reanudó  su mutismo.
Surgieron tantas probables historias en mis pensamientos:
 El señor  quería conquistar a la niñera y aprovechaba el rato en que su bella mujer se iba,  para asediarla. La niñera que era una mujer decente  estaba sobre aviso. Sentía aprecio por su patrona. La trataba tan bien… Ella no quería ocasionar problemas en la pareja y además necesitaba tanto ese trabajo… De él dependía el sustento de sus tres hijitos.  Por eso su mirada triste, y su intento de evitarlo cuando tomó a la niña y se fue a caminar.
 La esposa, tan bonita, no  sospechaba nada.  Joven y moderna pero algo ingenua ignoraba los avances de su marido.  El hombre arriesgaba tener una aventura con  la niñera de su hija  que para más ni siquiera era  bonita. Se sentía aburrido de una esposa tan bella y tan perfecta. Eso estaba bien para lucirse con los amigos, con sus jefes y compañeros de trabajo. Pero vivir con alguien tan perfecto todos los días era difícil.  

Estaba en esas cavilaciones cuando una voz potente me trajo a la realidad:
- El sol está muy fuerte. ¿Que te  parece si nos vamos? –interrumpió mi marido.
Resignada a  quedarme sin final, cerré mi silla playera  y nos fuimos.
 En el camino de regreso  le relaté lo visto y mis sospechas.  Riendo burlonamente me dijo:
- Siempre inventando historias... ¿Por qué imaginás a  la mujer tan perfecta? ¿Solo por ser bonita? ¿Y si era bella,  pero tipo bruja?
No solamente  quedé sin final, sino que se  ampliaron mucho mis dudas…
                                                                                                        Gely Taboadela 

jueves, 6 de septiembre de 2012

Hombro a hombro

22/08/2012   Metáforas 

Llegó hasta la altura del hombro de su novio, subiéndose a unos tacos muy altos. Claro que no siempre podía ponérselos. Dependía de la ocasión.
Pero Lidita no se amilanaba,  aunque tenía envidia de las otras  chicas, que habían conseguido  novios no exageradamente  altos como el de ella. Se las arreglaba para que no se notara. Para sacarse una foto, elegía una escalera y ella se subía a un escalón. Lo hacía bajar siempre a él primero el cordón de la vereda. Pero en general trataba de que estuviera sentado así no se notaba tanto. Además ella le dijo que no le gustaba que le hablara caminando porque sino él tenía que bajar la cabeza hacia ella, que estiraba su cuello lo más que podía. En su afán de parecer más alta se ponía un sombrero con copa para salir y hacía muchos ejercicios de elongación todos los días. También siempre tenía a mano  en su casa un banquito de madera y encontraba una excusa cualquiera para subirse: que había una mancha en la pared, que no andaba la luz de la lámpara , que una cucaracha caminaba por la alacena, o que alguna pulga la había picado. Hasta que un día Oscarcito su novio, que era tan alto que lo eligieron para ser granadero en el servicio militar, empezó a cansarse de tantas rarezas  y le preguntó:
-¿De dónde trajiste las pulgas?- a lo cual, rápidamente  contestó:
 - Querido… ¿no será que las trajiste vos del Regimiento?-
Se sintió orgullosa de ella misma. Había superado una prueba de altura sin banquito de auxilio. Era inteligente, astuta y su ego cada vez estaba más alto. Tanto que hasta realmente creía haber crecido. Fue entonces que  ya próxima a la fecha de casamiento, mirando las últimas fotos juntos, se dio cuenta de que Oscarcito estaba una cabeza mas abajo que ella. Horrorizada pensó-¡que hice! … se me fue la mano… ¿y ahora?... va a quedar mal que la novia sea más alta que el novio-

Lidita se dispuso a empezar  todo de nuevo… pero al revés.
                                                                                                          Raquel Micheli

lunes, 27 de agosto de 2012

Consigna del Taller: Circunloquio

  ¡Invitar a salir a un chico sin que se note que una está dispuesta a todo!

Desde que empezó el cuatrimestre, Fabián se sentaba siempre en el primer banco, cerca de la puerta. Era imposible entrar sin hacer un esfuerzo para no mirarlo. Cuando en la clase levantaba su mano suavemente pidiendo la palabra, se me caía la mandíbula escuchando su voz, segura y pausada. Al correr los días me fui ubicando cada vez más cerca de él. Ya estaba en el banco de al lado, hice que se me cayeran las hojas de la carpeta. Me las alcanzó cortésmente, sin palabras y ni siquiera me miró.
-Este pibe ¿quién se cree que es?- pensaba yo. Tenía que encontrar la forma de ponerme para que me viera, que me registrara.
Estábamos haciendo Sociedad y Estado. Él parecía muy interesado en ciertos hechos sobre el comunismo en América Latina y le  pedí  información  a un tío mío. Al otro día empecé a levantar la mano con preguntas bastante incisivas a la profesora, de manera que Fabián levantó la cabeza de sus apuntes, me prestó atención. Cuando terminó la clase se dirigió a mí:
- ¿De dónde sacaste todos esos datos?-
- De primera mano- dándome corte-  Tengo un tío que fue militante en esa época  y me facilitó material. Tengo grabaciones, películas, escritos, de todo. Claro que, tendrías que venir a mi casa, si es que te interesa. Esta noche me quedo sola. Mis padres se van de viaje. Tendríamos tiempo para que veas todo. En fin lo que vos puedas. Mientras tomamos café…
 -¿te parece?-
                                Raquel Micheli                                                                                                               

domingo, 26 de agosto de 2012

CONVERSACIÓN CON MI PADRE IV

 LA MANO

La mano dijo: es cierto.
Después siguió, libre, su vida.
Su vida fácil, dura,
oscura, esplendorosa.

Y la otra mano
(la que sola en su noche se quedara)
no tuvo ya miedo
de su soledad.

Raúl G. Aguirre
1962



LAS MANOS DEL POETA

            Las manos del poeta son bellas e infinitas.
            Las veo bailoteando, ágiles como picaflores,  posándose en la máquina de escribir dejando un sendero de poemas que hablan de la vida.
            Las veo en las mañanas de domingo, sucias, lastimadas, trabajando en el jardín, creando verde poesía.
Las veo en la cocina, lavando, cortando, picando, creando sabores que en la olla se vuelven poesía.
            Las veo, sensuales, acariciando a mi madre, dibujando poemas en su cuerpo que se abandona a ese gesto amoroso.
 Las veo, firmes y paternales sobre el hombro del hijo, forjando complicidades de las que sólo ellos saben.
            Las veo, etéreas, embelesadas, siguiendo en el aire los compases de una sinfonía de Mozart.      
            Las veo, prosaicas, sosteniendo el mate, el vaso de vino, el eterno cigarrillo que amarillea sus dedos.
            La veo venir hacia mí, su mano en mi mano, su alma en la mía, para siempre.


Inés Aguirre
2012

miércoles, 8 de agosto de 2012

La Morgue

           Ignacio llegó a la Morgue como todos los días, a las 8 de la mañana. Abrió la puerta del laboratorio, encendió las luces y  prendió el mechero bunsen. Vertió agua de la cañilla en un vaso de precipitados y lo puso a hervir. Primero y principal  preparar un buen café. Tenía dolor de cabeza. Tanta cerveza le había hecho mal.
            Mientras el agua empezaba a burbujear, se acercó al escritorio y miró la bandeja de expedientes. Había uno aguardando.
Hacía un año  que venía a la Morgue todos los días, para obtener el título  de Médico Forense. Una especialidad muy dura. Hasta ahora le había tocado ver cosas terribles: crímenes,  ancianos muertos en la calle, accidentados, niños muertos por el frío, etc. Empezaba a dudar si había elegido bien la especialidad.
En su familia  todos eran policías.  El  padre sargento, su hermano comisario… Daban por sentado que seguiría los pasos de su hermano, ingresando a la Escuela de Suboficiales de la Policía.
Pero a Ignacio no le interesaba ninguna rama de la policía. El quería ser médico. La familia resignada  aceptó, aunque luego de obtener el título, su padre volvió a insistir. Finalmente a  través de conocidos, consiguió para él,  una pasantía dentro del Cuerpo Forense. ¿Quería ser médico? Bueno,  que fuese un Médico Forense.
Ignacio aceptó resignado y  sin  entusiasmo.  No pasó mucho  tiempo cuando comprobó algo que sospechaba: Le angustiaba  trabajar sobre muertos. El no había estudiado para eso.
Al principio comenzó con insomnio, luego a perder el apetito, más tarde  a salir de noche para no pensar y últimamente a  beber...Nunca podría llegar a ser como su jefe, el Dr. Robles.
Éste,  hombre de unos 55 años, parecía acostumbrado a todo. Podía estar abriendo un cadáver de arriba hasta abajo y mientras  contaba  un cuento pícaro. O bien, decía:
— ¿Que te parece si después nos vamos a comer aquí a la vuelta? El otro día pedí un matambrito al verdeo… ¡Era para chuparse los dedos!
A Ignacio la propuesta le revolvía el estómago, lo que menos deseaba  en esos momentos era comer.
— Bueno — pensó mientras terminaba el café—  Tendré que decidirme, soy joven y puedo empezar otra especialidad por más que  mi padre se enoje.
Abrió el sobre con el expediente Nro. 11.578 y leyó: Aurelia Espiner, 23 años.  Muerte dudosa. Cayó desnuda desde la copa de un árbol de 15 mts. de altura. Muerte instantánea.
— Que extraño— pensó. ¿Por qué se tiraría desnuda desde un árbol? ¿Habrá sido un intento de suicidio?
Tomó el Teléfono,  marcó el interno de  Intendencia y pidió  que le alcanzaran el Nro.11.578.
A los 5 minutos entró el ordenanza empujando la camilla tapada con una manta de dudoso color blanco.
Ignacio destapó los pies del cadáver para constatar  la etiqueta que pendía del dedo gordo del pie. Figuraba el Nro: 11.578. Tildó el número en su tablilla y destapó el resto del cuerpo. De pronto sintió  un fuerte mareo y tuvo que sostenerse de los bordes de la camilla para no caer.  
No podía creer lo que veía. Era una joven, demasiado joven y muy hermosa. La estudió detenidamente, desde la cabeza a los pies. Todo parecía perfecto. Poseía una belleza fuera de lo común: el cabello castaño, largo,  caía sobre la camilla por los costados de la cabeza. La piel clara  sin ser demasiado blanca. Una pelusa suave cubría sus brazos. Manos de dedos largos y uñas bien cuidadas. Las piernas torneadas, perfectas. Su impulso fue abrir los párpados para ver el color de los ojos, pero no se animó.
— ¡Por Dios! – exclamó angustiado.
— ¿Porque está muerta? — Preguntaba en voz baja
En ese instante se abrió la puerta y apareció el Dr. Robles
— Buen día Nacho — ¿Ya empezaste a trabajar? Mirá que sos puntual, eh?...
— ¿Que es esto?— preguntó sorprendido mirando el cuerpo que yacía en la camilla—  ¿Que le pasó a esta preciosura?
— Se cayó de un árbol— murmuró apenas Ignacio.
— A ver, pasame el expediente.
Comenzó a leer y a menear la cabeza.
— Ajá....huumm.. ajá — repetía el Dr. Robles mientras pasaba las hojas—  Lo mismo de siempre: drogas, alcohol,  descontrol... y luego hacen cualquier cosa.
— Bueno muchacho, manos a la obra. Abríla nomás— ordenó el Dr. Robles.
— No Dr. Yo no, yo no— repetía  Ignacio, mientras retrocedía hacia la puerta.
— ¿Pero que te pasa pibe?— preguntó fastidiado el Dr. Robles.
              ¡No cuente conmigo! ¡Renuncio! — gritó  Ignacio y se fue dando un fuerte portazo.
                                                                                                                         Gely Taboadela

jueves, 2 de agosto de 2012

CASA DE MUÑECAS

Jugaba en mi casa de muñecas,
orden y  rutinas
me protegían.

No veía
las lentas
imperceptibles
grietas,
todo parecía en su lugar
menos mi corazón.

Entonces,
el desamor
la herida innoble.

Dejé de jugar.

Acomodé las piezas,
salí al mundo
a enfrentar
                   las carencias
                   el deber.

Salí al mundo
a vivir
a buscar
la alegría.

Me refugié
                 en lo bello,
                 en lo querido,
                 en los que  ya no están
                 pero aún acarician mi corazón,
                 en los que abrieron sus brazos,
                 en la palabra amiga.

Crecí.

Ahora tengo
                  esta vida inmensa
                                 agradecida
                                 misteriosa.

Y todos mis sueños
que sueño despierta
en la música del jardín.

                                                                                                                                   Inés Aguirre, 2012