viernes, 29 de junio de 2012

Vuelo

Elevo  mis alas
Y renazco, en el vuelo de mis pensamientos.
Me llevan donde  yo quiera.
Recorro caminos al Sur  o al Norte.
Voy y vuelvo.
Atravieso tempestades.
Cruzo los mares, beso a mis nietos,
abrazo a mis hijos, aquí o allá.
Como un pájaro libre,
déjame ser… déjame estar
                                                                                Raquel Micheli

Excursión en bici

Primavera en Cerdanyola del Vallés. Una mañana de sábado, diáfana y tranquila.  La familia va a salir a pasear en bicicleta. Papá controló que funcionaran los frenos y que las ruedas estuvieran infladas. Mamá abrochó las camperas de los dos pequeños y los sentó en las sillitas de plástico celeste del porta equipaje de las dos bicicletas. Todos ya con la protección de sus cascos coloridos en rojo, amarillo, azul y gris, partieron a   encontrarse con sus amigos. Era un viaje programado entre familias con un circuito establecido. Se reunieron en el punto acordado y salieron de la ciudad por la ruta.
Los pequeños, entre asombrados y divertidos, aplaudían  y disfrutaban de la gran aventura. Al costado del camino los acompañaban las flores silvestres y el verdor de los árboles. Mientras el sol se iba elevando, resaltaba los contrastes de los distintos rojos de los techos que quedaban abajo. A lo lejos, en la punta  de la montaña más alta, unas nubes blancas abrazaban  al esqueleto de un antiguo castillo feudal, testigo de un tiempo ya pasado. El viaje siguió, rodeando colinas en suaves subidas y bajadas que los chicos festejaban.
Así, entre risas y con las caras arreboladas por el calorcito, llegaron a otro pueblo. Recorrieron sus calles hasta que eligieron un  parque con juegos para los chicos,  donde todos pudieran descansar,  comer y beber antes de    emprender la vuelta a casa.
Algo me contaron. Lo demás es todo invento, yo sólo vi las fotos y los videítos que me enviaron. Sin embargo mirando los ojazos color cielo de Valentina y la chispeante sonrisa de Felipe, pude compartir desde tan lejos  en ese día de alegría, el gozo y la emoción de mis queridos nietos.

                                                                                                                       Raquel Micheli

CONVERSACIÓN CON MI PADRE II

ELLA VA

Por el espacio que la sueña,
por el ensueño que la canta,
por la canción que la ilumina
ella se pierde: va
como la rosa desde el alba
hasta el atardecer,
reina del sol y de los soles de mi vida.

Raúl Gustavo Aguirre
1981




ELLA VA
 A mi hija Lucía

Mi ser maternal aletargado de pronto se alborota, se asombra, se inquieta, se conmueve, se alegra, se entristece, estalla.
Mi ser maternal está intrigado. No sabe qué sentir, cómo abrir sus alas, dejar ir, empujar.
¡Ah, ese pequeño milagro que albergara, esa maravilla largamente ansiada!
Su mundo, de pronto, ya no es el mío.
Y está bien. 
Sólo que duele, tengo una herida que rezuma alegría, es raro.
Y está bien.
Se rompe algo dentro de mí y  ella crece, se agranda, cumple su destino.
Y está bien.
Lucho contra el obsceno impulso de retenerla, volverla al útero, empollarla.
Entonces la veo, a mi niña mujer, radiante, iluminada, toda encendida de mil fuegos expectantes.
Ella va, tan feliz, siguiendo a su amor, hacia la vida que la abraza y le promete tanto.
Y así, poco a poco, aprendo a soltarla, la empujo, la acompaño, le muestro algún atajo aún sabiendo que el camino es sólo suyo.
Ella va, reina del sol y de los soles de mi vida.

       Inés Aguirre,  Junio de 2012

lunes, 25 de junio de 2012

Las manos de mamá


Las manos de mi madre
parecen pájaros en el aire
historias de cocina
entre sus alas heridas
de hambre.
     Peteco Carabajal (de la canción “Las manos de mi madre”)
Siempre me  gustó la letra de la canción porque siempre me gustaron las manos de mamá. Tienen  y tenían algo especial. Eran capaces de miles  de cosas. Siempre estaban en movimiento. Me gustaban sus uñas chatitas y redondeadas. También cuando se ponía anillos, le quedaban muy lindos. Ella no era de arreglarse, solo trabajaba, se olvidaba de ella misma. Cuando salía con papá, no le quedaba otra, tenía que cambiarse y pintarse y así me encantaba verla porque resaltaba  su belleza- Había quedado con unos cuantos kilos de más con sus embarazos, pero no le importaba. Igual  era muy linda. Así la recuerdo en mi niñez siempre laboriosa. Sus manos pasaban de limpiar, escarbar la  tierra del jardín, lavar y planchar la ropa, cocinar, zurcir en el huevo de madera (que alguna vez enojada nos lo revoleó por las piernas), coser nuestros vestidos y más y más.

Recuerdo que en cada cumpleaños yo tenía un vestido nuevo  y la torta que hacía ella por supuesto, como a mis hermanos también. Festejaba con mis  amigos  y familiares. Ese era el día más feliz de cada año y lo esperaba ansiosamente como todos los chicos. Claro, recibía regalos. Con esto de los regalos me pasaba algo raro. Cuando mis amigas decían:
-Mi mamá, me regaló unos zapatos para mi cumpleaños- por ejemplo.
Yo pensaba:- a mí, mi mamá no me regala nada para mi cumple- Pero la realidad era que mamá me hacía el vestido y la fiesta y yo lo consideraba un regalo. Me daba rabia que ellas dijeran: “me regaló”,… las odiaba, porque sonaba como más importante.- yo en cambio decía: -mi mamá me compró- por que era natural. Me compraban lo que necesitaba.
Siempre fue así, se ocupaba de que no nos faltara nada aunque tampoco nos sobrara. Lo mismo hacía con sus nietos. Para poder comprar los recuerditos de oro, cuando todavía podía, se quedaba zurciendo medias de nylon (levantaba con una máquina los puntos de las medias corridas) hasta altas horas de la noche, para darse el gusto  de comprar una  pulserita, unos aros, un anillo, lo que fuera, para sus nietas. Ya después, cuando el bolsillo no le daba, aparecían las bombachas, medias o calzoncillos, pero su regalito estaba. Si le pedíamos algo: - ¿Mamá me hacés un chal a crochet?- .Enseguida se apuraba a  darnos el gusto, no sea que el tiempo no le alcanzara para cumplir nuestros deseos
Mamá  siempre fue mi modelo. Yo le contaba a todo el mundo: -mi mamá, aprendió a nadar (le tenia terror al agua) , y a conducir, a los 48 años-  también recuerdo que iba a la escuela  vespertina para terminar la primaria. Después  papá se enfermó. Cuando quedó viuda (tenia 55), aprendió cerámica, folclore, sabia bordar y tejer a máquina. Todo lo que ella quisiera lo aprendía. Tenía fuerza y decisión y también escondía sus tristezas. Ella reinaba a su manera y ayudaba a todo el que necesitara, sus padres, sus hermanos y después a nosotros  sus hijos. Por eso también los sobrinos la reconocen y la aman. Mas allá de educarnos y criarnos desde los  propios modelos y con  las limitaciones dentro de lo que ella sabía, siguió colaborando con nosotros y todos nuestros hijos hasta que no dio más. Ella quería lo mejor para sus hijos  y nietos, que tuvieran trabajo, que estudiaran. Estaba pendiente de que les fuera bien, de que progresaran. Era exigente en eso y parecía mandona, pero era su carácter, no porque quisiera entrometerse en nuestra vida, sino porque sufría cuando algo andaba mal. Después de todo había dado tanto, pienso, que tenía derechos adquiridos. 

Yo misma lamento, alguna vez que me enfrenté con ella para defender lo indefendible. Ella tenía razón, sabía porqué lo decía. Traté de compensar mis faltas, estudiando el piano. Eso la satisfacía porque era algo que no pudo hacer en su niñez. Se sentía orgullosa cuando tocaba algún concierto e invitaba a todas sus primas, por eso trataba de compensarla, aunque no lo considero suficiente para todo lo que ella se merecía. Tenía que haber estado más cerca de ella, pero mis circunstancias de vida tampoco ayudaron y  ahora es tarde. Lo que sí pude hacer, cuando mamá todavía tenía lucidez, hace casi dos años atrás, es pedirle perdón y decirle que la amaba mucho. Ella me miró y no dijo nada solo me acarició la cabeza con sus queridas manos. Con eso pude quedar en paz.
En el último tiempo, traté de rescatar todos los recuerdos que pudo contarme, para  terminar de escribir la historia de mi abuela a fines del año pasado. No llegué a leérselas, porque ya no entendía, pero la puse en sus manos. Esas manos que aprietan fuertemente, esas manos que en un tiempo quizás no muy lejano, echaran a volar, llegando a ese cielo infinito que la está esperando.
Como en la canción: amo las manos de mi madre.
                                                                                                          Raquel Micheli

Monologando

Soy una pelota dije… y  me quedó picando
Así empecé pero… ¿redonda como una pelota?… no cerraba
Y seguí divagando… redondeces, círculos, esferas, cilindros, anillos…
tubos…
Me acordé, alguien dijo: nada esta quieto, el mundo es redondo.
Y entonces  salí al ruedo  iniciando la búsqueda en movimiento.

En un  círculo entran otros muchos.
La vida se forma cuando se tocan  círculos, una y otra vez...
Nuestro cuerpo florece en  redondeces y circula la sangre en nuestras venas.
Nosotros circulamos por el mundo.

Los globos son redondos y las burbujas del hervor también los son, como las pompas de jabón.

El feto se acomoda en un vientre redondo. Y  cuando sale  a  la luz,
lo recibe la redondez de un abrazo, una mano se ahueca y acaricia redondeando, la  cabeza del bebé.

En una torre diviso las agujas del reloj,
Un engranaje  las mueve.
Girando  y girando  el tiempo se queda atrás

La bola de nieve se agranda cuando baja la pendiente
El ovillo de lana se achica a medida que se teje

Tomados de las manos en las rondas infantiles, jugamos a la rueda. Ratoncito, ¿qué comés?
En la plaza,  la calesita  gira  sobre el mismo lugar y giran sus caballitos sin saber adónde van.

Gira la ruleta con la bolita loca, buscando el número donde se va a volcar
¿La rueda de la fortuna a quién va a  tocar?
 Mozo, sirva una ronda, tenemos que festejar.

Miramos extasiados cuando el cielo nos regala
los colores del arco iris
Y giramos como  un trompo para bailar y bailar.

En momentos de reuniones,  senadores, fórum, acuerdos  o discusiones,
nos ubicamos en ronda ,  
¿para entendernos mejor?

En una rotonda,  un anfiteatro, una cancha, una pista de circo....
Ya di  la vuelta al mundo en menos de 80 días.
Y sigo con mis rodeos  sin llegar a lo que quiero.

Doy vueltas en el espacio, estoy en el universo ...  ¿y la pelota?..
¿La perdí de vista?
 Puede pasar… ella es mi vida y rueda  y rueda.

Yo manejo ese juego, la impulso… a veces bien… a veces mal,
Se me escapa, se va al agua, viaja sin rumbo a navegar otros mares,
 a veces la despego fuerte del suelo, la impulso hacia arriba,
se va a otros cielos .
Cae y cada tanto la dejo que se calme, que  descanse donde pueda,
 y se tome un tiempo… hasta que la sacudo para que salte ,que entre en el juego otra vez y vuelva a rodar  y rodar , con ganas de escuchar los mil estallidos de las gargantas que  gritan ese gol de la “redonda” que atravesando el arco  llegó a la red,
 y… para redondear …
en cada sueño cumplido…
 “la pelota”… tocó  la red.


 (Comentario radial: “más allá de los resultados… la pelota, se juega con el corazón”).                                                                       
                                                                                                                                                 Raquel Micheli
                                                                                                                                                 12/ 03/2012

viernes, 22 de junio de 2012

Un domingo de guardia


Estaba realizando mis primeros pasos  en la medicina, a fines de los 60.
Había aceptado hacer  guardias los domingos en un hospital de una zona muy humilde:  Merlo, Provincia de Buenos  Aires.

Ese domingo a la tarde,  el ambiente estaba más alborotado que de costumbre. La sala de espera llenísima. Entraron  a la guardia una mamá con un niño de unos cinco años; éste traía  la cabeza envuelta con un gran vendaje. El chico lloraba mucho, se veía muy molesto.
Madre e hijo, esperaban su turno.
Repentinamente se produjo un gran revuelo en la sala  y un enfermero entró al consultorio gritando:
- ¡Doctor, doctora! ¡Por favor,  que venga alguien! ¡¡Pronto!! En la sala de espera hay una mujer pegando carterazos en la cabeza a un chico herido. No la puedo frenar, está furiosa.
Salimos varios a ver que sucedía. Una mujer propinaba golpes con su cartera en la cabeza vendada de un niño  en medio del estupor de la gente.
Me acerqué  y le dije:
- ¡Pero señora,  por favor!... como le va a pegar así a su hijo. ¿No ve que está herido?
- ¿Herido?  Que va a estar herido… El desgraciado estaba jugando a los soldados y se puso una escupidera en la cabeza . No se la puedo sacar y para colmo no para de llorar. Le pego para que deje de llorar porque no lo aguanto más. 
- Pero… ¿Por qué lo trajo aquí?
- Es que no logramos sacarla, está muy trabada. Probaron varios vecinos y nadie pudo. No sabía donde llevarlo. Pensé ir al cuartel de bomberos, pero me pareció mejor el hospital.

Miré con atención la cabeza del niño. Se hallaba  envuelta en gasas y por un costado sobresalía una manija que estaba prolijamente vendada.
Sorprendida le pregunté:
 - ¿Porque lo vendó de esa forma?
- ¿Y como quería que lo traiga? Tenía que venir en el micro. ¡Me daba vergüenza traerlo  con esa cosa  en la cabeza!

Pasaron al consultorio. Cada uno de los médicos que estábamos  de guardia tratamos sacar la escupidera mientras el niño no paraba de llorar. La verdad es que temíamos lastimarlo.  Probamos de varias formas: pasando vaselina alrededor, girando para derecha e izquierda…No salía. Incluso a alguien se le ocurrió hacer una pequeña perforación con una máquina de agujerear para que descomprimiera  el aire y aflojara. Hasta se habló de operar… Por suerte vino Manolo, el portero. Un gallego entrado en años, bonachón, muy querido por el personal del hospital y  acostumbrado a ver cualquier rareza. Nos miró y se dio cuenta de que no sabíamos como hacer. Esto no era cuestión de ciencia. Entonces, nos dijo:
 - A ver,  dejadme  probar a mí.
Puso al chico entre sus piernas. El niño intuyó algo. Instantáneamente dejó de llorar.
Manolo, tomó la escupidera con ambas manos, efectuó un giro acompañado de golpe seco y preciso. La escupidera aflojó y salió.
- ¡Bravo Manolo!
Aplausos de todo el mundo…de los médicos y de la gente que esperaba afuera y miraban por la puerta abierta.

La Sra. y su hijo se fueron muy contentos con la escupidera debajo del brazo.
                             
                                                                                                                Gely Taboadela

jueves, 21 de junio de 2012

Coordinar un taller de escritura.


Suena a actividad formal y teórica. Sin embargo esta tarea apunta esencialmente a la sensibilidad y las emociones. Coordinar es acompañar a los integrantes del taller en el viaje hacia la zona de misterio que se extiende del otro lado de la rutina cotidiana.
En el comienzo de cada reunión se propone una actividad que sea capaz de despertar la imaginación, entonces el grupo se entrega a ese juego y las imágenes comienzan a surgir. Luego se presenta una consigna de escritura como punto de partida para encauzar las ideas y las imágenes que aparecieron.
De a poco, sobre la página en blanco se dibujan las palabras que se adueñan de la lapicera y de la mano. Ése es el momento más hermoso, todos escriben inmersos en la trama de su creación.
Coordinar es facilitar y proponer situaciones de escritura, y luego orientar acerca de las estrategias más adecuadas para lo que cada uno quiere expresar.
Como el grupo ofrece la oportunidad de ir asumiendo alternativamente el rol de escritor y el de lector se produce entre todos un intercambio enriquecedor. Cada uno pone a prueba su escrito, lo redirecciona, lo limpia, lo lustra, y cada vez escribe mejor.
Valga aclarar que “escribir mejor” no consiste en ajustarse a un estilo determinado, sino ser capaz de expresar con más exactitud y belleza lo que se quiso decir.
Una vez al mes lo dedicamos a la lectura compartida: hay pocos placeres tan jugosos como abordar un texto con miradas diversas y sentir que los escritores que amamos se hacen presentes en el taller cuando los leemos.
Escribir es una manera de ser feliz. Y está al alcance de todos.

                                                                                                    Mónica Cincinnati

miércoles, 20 de junio de 2012

DOÑA ROSITA


I. GENIO Y FIGURA

Todavía me parece verla, preparándose para llevarme a pasear,  parada frente al espejo del diminuto baño, acomodándose con los enormes dedos artríticos las mechas sueltas del pelo grisáceo que se escapaban del  rodetito de la nuca, pintándose exageradamente con un rosa fuerte los labios y los pómulos.
 Los ojos pequeños y vivaces contrastaban con una enorme nariz aguileña. Delgada, de mediana estatura, siempre elegantemente vestida, podría decirse que el conjunto resultaba una caricatura, sí, es posible, así era Doña Rosita, una tierna e inolvidable caricatura familiar.
En realidad se llamaba Inés Rosa Lydia, su familia  le decía “doña Inés”, los nietos  “abuelita Inés”, pero alguien con mucho sentido del humor la empezó a llamar Doña Rosita porque era todo un personaje y para mí ese nombre le calzaba a la perfección.
 Era mi abuela paterna y se podría decir  que el simple hecho de que diera a luz a un gran poeta  la hizo importante. No es que ella se sintiera así, todo lo contrario, creo que para ella tener un hijo poeta era lo más natural del mundo. Así tomaba todo en la vida, con una naturalidad casi pasmosa.
De carácter difícil, era imposible hacerla cambiar de opinión ni que accediera a hacer lo que no quería.  Tantos años de vivir sola habían acentuado esa tendencia y eran pocas las personas a las cuales no irritaba. Por otro lado, era una persona sumamente alegre y generosa, siempre dispuesta al regalo.  Nunca, mientras pudo, se fijaba en gastos, tanto para ella como para sus seres queridos, siempre daba lo mejor.
Doña Rosita vivía en un diminuto departamento de dos ambientes en el centro, en la Avenida Corrientes y Maipú, un hermoso edificio que supo tener épocas mejores, escaleras de mármol, ascensores con rejas trabajadas, pisos de baldosas decoradas, molduras, en fin, cosas de otra época. Ya para los años en que yo la visitaba, casi no había gente viviendo en él, la mayoría eran oficinas, por lo cual mi abuela se quedaba prácticamente sola en ese inmenso edificio los fines de semana. El departamento era interno, las pocas ventanas daban a patios oscuros y no dejaban ver más que un ínfimo pedacito de cielo. Allí siempre era invierno, siempre de noche. Cocinaba en una pequeña cocina eléctrica y se movía alegre en ese metro cuadrado con la puerta   siempre abierta (la cocina tenía entrada independiente) pese a los ruegos de mi padre quien temía por su seguridad.  Igual no hacía caso, ése era todo su contacto con el mundo exterior los días en que permanecía en casa.
 La soledad no parecía pesarle, pero tenía un secreto: se había inventado una novela que parecía sacada de la radio con unos vecinos imaginarios en el piso de arriba. Este tema era siempre motivo de bromas familiares y también de discusiones ya que algunos opinaban que había que sacarla de su error y otros, como mi padre, sabían que esas historias la ayudaban a no sentirse tan sola. Casi podría decirse que esa novela era su razón diaria de vivir y le daba argumentos para contar esa extraña historia a quien quisiera escucharla. Claro, no lo dije, a mi abuela le encantaba hablar, tanto que también hablaba sola!
La historia que siempre contaba, con algunas variantes y aditamentos según sus años avanzaban,  era la siguiente: en el piso de arriba vivía una pareja con un hijo retardado, el padre estaba siempre borracho,  por la noche venía gente,  se armaba la timba, al pobre chico nunca lo sacaban. Lo increíble es que según como contaba la historia, parecía que ella veía y escuchaba a través de las paredes, tal era la cantidad de detalles que daba. –Vieja, ¿tenés el techo de cristal? –bromeaba mi padre.
Lo que mas la obsesionaba era que, decía ella, por la noche se la pasaban “tirando de la cadena” porque “estaban siempre descompuestos”, y eso le impedía dormir por los ruidos molestos. La realidad era que el departamento de arriba estaba desocupado, había estado ocupado una vez por una familia y al parecer mi abuela se había quedado en el tiempo, como si los años no pasaran ni para ella ni para los vecinos. Era inútil que el portero le dijera eso hasta el cansancio, ella decía que estaba “confabulado”. Se ofendía terriblemente cuando alguien osaba ponerla frente a esa verdad. Con el tiempo, todos la dejamos seguir con esta historia, total, no hacía mal a nadie y le daba motivos para entretenerse. Recuerdo que con el palo de la escoba golpeaba el techo “para hacerlos callar”: de pronto se ponía un dedo en la boca como para que yo hiciera silencio y me decía: “ves, ahí están jugando otra vez”, o “le están pegando al pobre chico, habría que llevarlos presos” y otras cosas por el estilo. Yo asentía y me reía mucho para mis adentros: ¡qué chiflada está mi abuelita, pensaba, pero cuanto la quiero!
Además de este curioso folletín, otras cosas mundanas interesaban visceralmente a mi abuela: la política y el fútbol.
Antiperonista acérrima, bastaba nombrarle al “general” para recibir una interminable retahíla de insultos, sermones y otras yerbas. A tal punto era su disgusto con este tema, que lo primero que preguntaba al conocer a una persona era: ”¿Ud no será peronacho no? Escuchaba la radio todo el día, principalmente Radio Colonia. Si todavía me parece escuchar el consabido estribillo del noticiero “las últimas noticias para este boletín”…
El fútbol, su otra pasión. No se perdía la transmisión de un partido de River ni programa deportivo de la radio y en esos años, era fanática de un tal “Ramoncito Diaz”: vas a ver, me decía, ese muchacho promete. Sabía tanto que podía discutir en pie de igualdad con cualquier hombre con quien hablara de fútbol.
La televisión casi no le interesaba, recién tuvo una cuando yo era adolescente y lo curioso era que compartíamos el gusto por las novelas de Alberto Migré. Si hasta estaba enamoradísima de Arnaldo André, famoso actor de telenovelas de los años 70, tanto que me llevó al teatro a verlo y guardaba una foto arrancada de una revista en un cajón de su mesa de luz . Parecía una adolescente como yo: ese paraguayito es divino, decía.
Así vivía Doña Rosita, una solitaria a la que la soledad no alcanzaba, tanta vida interior creaba mucha vida exterior. Siempre alegre, siempre vital, jamás la ví enferma, jamás la oí hablar de vejez o de muerte, parecía vivir una juventud eterna.

Continuará….
                                                                                                                    Inés Aguirre

viernes, 15 de junio de 2012

miércoles, 13 de junio de 2012

ALGO INOLVIDABLE DE UN VIAJE

         Hay momentos en los viajes que se convierten en inolvidables, si bien se suman  experiencias y lugares excepcionales, muchas veces se dan vivencias únicas como la de hoy en La Habana, aquí en Cuba: fuimos a visitar a Pepe y su mujer.
         El sábado pasado, dentro de las cosas lindas que hicimos, estuvo una caminata por el Paseo del Prado, un boulevard lleno de árboles que reconfortan con la frescura de su sombra a los agobiados paseantes que sufren el calor húmedo de la ciudad. Allí encontramos una muestra comunitaria de pintores cubanos. Ese día luminoso se llenó de colores e imágenes con el arte que nos regalaron tan generosamente los artistas que estaban allí; no había solamente pintores sino también bailarines de los grupos de la escuela de danzas que  se encontraba al cruzar la calle y que presentaban sus números tradicionales con música muy alegre, plena de los sonidos africanos que representan a tantos cubanos y que en sus letras denuncian los horrores de la esclavitud de sus antepasados. Uno mueve los pies al son de esa injusticia imperdonable de la historia humana.
         Entre los pintores que ofrecían sus obras había muchas diferencias: unos jóvenes otros mayores; algunos blancos, otros morenos; unos muy atrevidos en su manera de ofrecer la obra y otros esperando que el caminante se acerque solo. Allí estaba Pepe, con sus cuadros multifacéticos llenos de casitas, algunas obras más luminosas que otras, unas sobre hojas amalgamadas de libros  y otras sobre telas, todas irradiaban una  magia especial que nos atrajo. Al acercarnos nos contó que tenía más cosas para mostrarnos pero que estaban en su estudio, y así acordamos encontrarnos allí el lunes.
         Hoy la visita a la casa de Pepe fue una experiencia fabulosa. Esto es lo que uno busca al viajar: encontrar gente maravillosa que nos permite refrescar la esperanza, que nos da un sentido más profundo de las cosas.
         Luego de un paseo en auto de 15 minutos llegamos a un barrio modesto hasta una pequeña casa con un jardín delantero muy exuberante. Pepe abre la puerta, entramos a un mundo armonioso y cálido donde su mujer Raquel  nos saluda. Nos invitan a sentarnos en su pequeña sala que se comunica con la cocina desde donde ella nos ofrece un café. Así este lugar se convierte en “su  mágico estudio”.
          Él nos cuenta entusiasmado sobre su trayectoria de trabajo, nos muestra catálogos de exposiciones en las que participó en París y Honduras.
Tiene una tonada musical y acelerada que algunas veces convierte las”r” en “l” como cuando nos explica su obra “un cualto”,que está colgada en la pared. Así nos va cautivando con su propuesta de “cuartos” o habitaciones que pueden surgir en cualquier lugar o edificio para albergar a un hombre que necesita un hogar, y cuya silueta se mezcla con perfiles del Capitolio cubano, de la Catedral o de cualquier otra vieja fachada típica de allí.
          También Raquel se sienta con nosotros y los dos hablan de su vida de profesores de arte, ella se dedica a la Historia del Arte y él enseña técnicas. Tienen un hijo de 11 años que no llegamos a conocer y se llama José Pablo para no repetir la tradición familiar de los “José Manuel”
           Estos dos jóvenes nos van acercando a un mundo muy diferente del nuestro, condicionado por muchas circunstancias que para nosotros son ajenas e inexplicables, sin embargo aparecen las coincidencias profundas que tenemos todos los seres humanos: la preocupación porque nuestros hijos se críen en un mundo bueno, con valores correctos, que sientan que pueden crecer en contacto con la realidad, con sentidos respetuosos de la dignidad que nos enriquece a todos.
          Charlando de estas cosas se quebraron la diferencia de edad que nos separa y la  mirada política distinta que representa a nuestros países. Fuimos dos matrimonios disfrutando de charlar sobre el arte, la familia y la vida.
           Al salir, nos mostraron con orgullo la mesita de jardín y sus banquitos de cemento que Pepe hizo con recortes de azulejos encontrados por ahí, entre los que estaban unas venecitas sacadas de un antiguo hotel cubano que perteneció a un mafioso yanqui poderoso en la época de Batista ¡Pareció un final de película americana!
           Sin duda éstos son los momentos verdaderamente inolvidables de un viaje, y se van a reavivar en nuestra casa cada vez que disfrutemos de mirar “un cualto”, el hermoso cuadro que con su imagen nos acercará estos recuerdos y nos hará sonreír con ternura.
                                                                                               
                                                                                               Neli Prieto
        

Transcripción de comentarios

Raquel: Felicitaciones!!! Me encantó la idea, el contenido, el diseño... la valentía de mostrarse de esta forma nada presumida. En fin, los mejores augurios para vos y tus compañeras en Las Palabras en las Manos. Buena tarea.
Darío

LA REINA DEL REBUSQUE


               Reina argentina, Reina del rebusque, sentada en un trono de pan cotidiano y dignidad. Aprovecha todo lo que se le presenta, no tira nada a la basura, sólo se desprende de algo cuando sabe que ya no lo va a necesitar, o cuando puede reemplazarlo por otra cosa más útil.
Camina por los gusanos transparentes, por los pasadizos de la ciudad, por un sistema circulatorio vive la vida urbana. Como quien no tiene nada que perder marcha por la vida con una mirada antigua.  
Camina para ir a su trabajo por las calles de un lindo barrio, algunas veredas están muy rotas, pero en todas los hermanos árboles mueven sus ramas grisáceas, verdes, llenas de movedizos caireles de oro. Plátanos, liquidámbares, álamos rumorosos son los amos de la calle: obligan a las vecinas a barrer las veredas, extienden frente a las casas su colchón que huele a verde.
Y ella camina, sabiendo que todavía no ha llegado el frío más intenso y que deberá conseguir más abrigo para los próximos meses. Está bastante feliz, porque siente el aire en los pulmones, la sangre en las venas, el ritmo de la marcha. Sabe que debe cuidar cada moneda. Volviendo a empezar. ¿Cuántas veces se puede volver a empezar, juntar los pedazos, creer, dar un paso, y después otro, y otro…? Hasta el fin del día, otro y otro, igual, igual.
Los árboles cambian, pierden las hojas y los chicos crecen, pierden los dientitos de leche y el tiempo la va llevando.
Se hunde en el río verdoso de los sueños en el calor de la piel. Vibran las yemas de los dedos antenas  contactan corto circuito carne rosada rojiza se estremece aire amargo Sí, me decís, y me quedo tranquila ya no me importa no sé no sé quereme por favor acariciame el lomo que está a la intemperie en carne viva. Piel viva bajo la piel muerta.  
               En la oscuridad de la noche de ojos abiertos busca un sentido, con desesperación, hasta que el sol le devuelve la vida.
               Reina, reina, por el porte, por el orgullo que a veces se le arruga y se le cae en hilachas. Aún así camina, camina por los vasos comunicantes, se cruza con otros que caminan como ella, que fluyen,  como ríos sonámbulos esperando algo, una chispa.
                                                                                    
                                                                                           Mónica Cincinnati
                                                      

martes, 12 de junio de 2012

Viaje en la Lluvia

                               
Todo el día mi alma hoy estará suspensa
De la voz del agua,
Como en un sueño
 Mojado.
Juan: L Ortíz
                                   
Este es un ejercicio en base a poemas  de diferentes autores sobre el tema, "Lluvia".
            
Bajo la lluvia minuciosa, el micro
La voz del agua aplastada por las ruedas
Cantando y danzando al cruzar los charcos,
O chocar contra el techo, chrrrrrr… tic, tic, toc, toc…
Las gotas caen temblequeando
Suicidándose por las ventanas, diluyéndose hacia la ruta.
La bruma apenas deja ver la alegría de la tierra mojada.
Agradecida la flor, agradecida la parra
Agradecido el sueño del niño dormido,
Acunado por la voz querida
Por la voz del agua.

                                                                                 Raquel Micheli

Lluvia

Ejercicio literario basado en el Tema,  Lluvia
Yo no sé, mirá es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo.  Creo que así  no podemos viajar por la montaña  dijo Marcos mientras cerraba la puerta balcón  de la hostería de Cafayate, donde habíamos pasado la noche.
A mí también me daba temor manejar por la alta montaña en medio de semejante lluvia y niebla. Pero qué remedio quedaba, le habíamos dicho a Piero que nos esperara en la Terminal de Tafí del Valle. No lo podíamos dejar plantado. Eso sí, iríamos bien despacio, tratando de evitar que las ruedas patinaran en el barro y termináramos en medio de un precipicio.
Sin embargo,  a pesar del peligro y de la desconfianza que sentía, la lluvia me atraía como un imán.
Cuando comenzamos a subir por la quebrada, no se veía absolutamente nada. Dentro se empañaban los vidrios con nuestros alientos. La lluvia arreciaba en las laderas de la montaña. El coche se deslizaba muy despacio entre charcos y barro.
De los nervios me puse a cebar mate. Le ofrecí a Marcos y me  miró como si estuviese loca.  Me tomé todo el termo yo sola.
El desempañador no alcanzaba y la lluvia era tan intensa que no se veía a un metro del capó.
Teníamos que parar,  pero  no había ningún refugio. Si llegase a venir un micro de frente o por atrás ¿Nos vería? La situación era muy desesperan te.
De pronto el coche se quedó atascado en una huella de barro. Ahora sí que estábamos empantanados. Empecé a temblar de susto y  frío. Marcos me dijo que debíamos bajar, quedarnos dentro podría ser nuestro fin.
Tomé  la cartera,  cerré el cuello de mi campera y abrí la puerta. Solo en ese momento noté que el coche, de mi lado, estaba al borde del precipicio. Comencé a gritar.
Marcos trató de calmarme y me indicó que volviera a cerrar la puerta despacio, que el coche no se moviera. Puso el freno de mano pero igualmente  se deslizaba.
Nunca  hubiese creído que mi vida pudiese terminar desbarrancada por un precipicio a causa de una lluvia salvaje.
Nos quedamos los dos en silencio,  apenas respirando para evitar cualquier movimiento. Entonces Marcos abrió su puerta  y bajó despacio en medio del barro. Por lo menos de su lado no había precipicio. Me tendió la mano y me indicó que me moviera suavemente, así  me guió hasta alcanzar el exterior.
Cuando cerró la puerta del coche, con estrepitoso ruido vimos desaparecer nuestro auto por el barranco.
¡Nos habíamos salvado solo por una fracción de segundo!
Era tanta mi angustia que comencé a llorar.
─ Por favor no llores ─ me pidió Marcos. Debemos salir inmediatamente del camino, corremos peligro de que un coche nos lleve por delante. No se ve nada.
Caminamos penosamente bajo el intenso aguacero, empapados, embarrados. En un momento encontramos un angosto sendero. No teníamos idea adonde nos conduciría,  pero el solo hecho de salir de la ruta nos alentó a seguirlo. 
Al rato nos sentíamos aliviados. Ahí ya no podían pasar camiones ni micros, solo personas. Pensé en todo lo que había quedado en el baúl del coche. Pero estábamos vivos. ¡¡Que alegría!!
Después de caminar por un buen rato, encontramos un ranchito. Golpeamos  las manos y asomó un paisano. Al ver nuestro calamitoso estado, nos hizo entrar y sentarnos al  fuego de un gran brasero. Todo el rancho era un único ambiente con paredes de adobe y techo de paja. La familia,  tomaba mate y varios niños,  sentados alrededor del fuego, se mostraban tímidos. Nos sirvieron mate cocido y tortas fritas. Fue la comida más rica que probé en mi vida.
Marcos y yo empezamos a estar contentos, casi felices y nos reíamos tanto que los niños se contagiaban y reían ellos también. Generosos, nos brindaron todo, de lo poco que tenían.
Luego de unas horas paró la lluvia. Nos despedimos de nuestros nuevos amigos con la promesa de volver y retribuir de alguna manera tanta solidaridad.
Don Anselmo, nos acompañó un trecho para guiarnos hasta el próximo pueblo, donde había teléfono. Allí podríamos conseguir ayuda.
                                                                                               Gely Taboadela