lunes, 27 de agosto de 2012

Consigna del Taller: Circunloquio

  ¡Invitar a salir a un chico sin que se note que una está dispuesta a todo!

Desde que empezó el cuatrimestre, Fabián se sentaba siempre en el primer banco, cerca de la puerta. Era imposible entrar sin hacer un esfuerzo para no mirarlo. Cuando en la clase levantaba su mano suavemente pidiendo la palabra, se me caía la mandíbula escuchando su voz, segura y pausada. Al correr los días me fui ubicando cada vez más cerca de él. Ya estaba en el banco de al lado, hice que se me cayeran las hojas de la carpeta. Me las alcanzó cortésmente, sin palabras y ni siquiera me miró.
-Este pibe ¿quién se cree que es?- pensaba yo. Tenía que encontrar la forma de ponerme para que me viera, que me registrara.
Estábamos haciendo Sociedad y Estado. Él parecía muy interesado en ciertos hechos sobre el comunismo en América Latina y le  pedí  información  a un tío mío. Al otro día empecé a levantar la mano con preguntas bastante incisivas a la profesora, de manera que Fabián levantó la cabeza de sus apuntes, me prestó atención. Cuando terminó la clase se dirigió a mí:
- ¿De dónde sacaste todos esos datos?-
- De primera mano- dándome corte-  Tengo un tío que fue militante en esa época  y me facilitó material. Tengo grabaciones, películas, escritos, de todo. Claro que, tendrías que venir a mi casa, si es que te interesa. Esta noche me quedo sola. Mis padres se van de viaje. Tendríamos tiempo para que veas todo. En fin lo que vos puedas. Mientras tomamos café…
 -¿te parece?-
                                Raquel Micheli                                                                                                               

domingo, 26 de agosto de 2012

CONVERSACIÓN CON MI PADRE IV

 LA MANO

La mano dijo: es cierto.
Después siguió, libre, su vida.
Su vida fácil, dura,
oscura, esplendorosa.

Y la otra mano
(la que sola en su noche se quedara)
no tuvo ya miedo
de su soledad.

Raúl G. Aguirre
1962



LAS MANOS DEL POETA

            Las manos del poeta son bellas e infinitas.
            Las veo bailoteando, ágiles como picaflores,  posándose en la máquina de escribir dejando un sendero de poemas que hablan de la vida.
            Las veo en las mañanas de domingo, sucias, lastimadas, trabajando en el jardín, creando verde poesía.
Las veo en la cocina, lavando, cortando, picando, creando sabores que en la olla se vuelven poesía.
            Las veo, sensuales, acariciando a mi madre, dibujando poemas en su cuerpo que se abandona a ese gesto amoroso.
 Las veo, firmes y paternales sobre el hombro del hijo, forjando complicidades de las que sólo ellos saben.
            Las veo, etéreas, embelesadas, siguiendo en el aire los compases de una sinfonía de Mozart.      
            Las veo, prosaicas, sosteniendo el mate, el vaso de vino, el eterno cigarrillo que amarillea sus dedos.
            La veo venir hacia mí, su mano en mi mano, su alma en la mía, para siempre.


Inés Aguirre
2012

miércoles, 8 de agosto de 2012

La Morgue

           Ignacio llegó a la Morgue como todos los días, a las 8 de la mañana. Abrió la puerta del laboratorio, encendió las luces y  prendió el mechero bunsen. Vertió agua de la cañilla en un vaso de precipitados y lo puso a hervir. Primero y principal  preparar un buen café. Tenía dolor de cabeza. Tanta cerveza le había hecho mal.
            Mientras el agua empezaba a burbujear, se acercó al escritorio y miró la bandeja de expedientes. Había uno aguardando.
Hacía un año  que venía a la Morgue todos los días, para obtener el título  de Médico Forense. Una especialidad muy dura. Hasta ahora le había tocado ver cosas terribles: crímenes,  ancianos muertos en la calle, accidentados, niños muertos por el frío, etc. Empezaba a dudar si había elegido bien la especialidad.
En su familia  todos eran policías.  El  padre sargento, su hermano comisario… Daban por sentado que seguiría los pasos de su hermano, ingresando a la Escuela de Suboficiales de la Policía.
Pero a Ignacio no le interesaba ninguna rama de la policía. El quería ser médico. La familia resignada  aceptó, aunque luego de obtener el título, su padre volvió a insistir. Finalmente a  través de conocidos, consiguió para él,  una pasantía dentro del Cuerpo Forense. ¿Quería ser médico? Bueno,  que fuese un Médico Forense.
Ignacio aceptó resignado y  sin  entusiasmo.  No pasó mucho  tiempo cuando comprobó algo que sospechaba: Le angustiaba  trabajar sobre muertos. El no había estudiado para eso.
Al principio comenzó con insomnio, luego a perder el apetito, más tarde  a salir de noche para no pensar y últimamente a  beber...Nunca podría llegar a ser como su jefe, el Dr. Robles.
Éste,  hombre de unos 55 años, parecía acostumbrado a todo. Podía estar abriendo un cadáver de arriba hasta abajo y mientras  contaba  un cuento pícaro. O bien, decía:
— ¿Que te parece si después nos vamos a comer aquí a la vuelta? El otro día pedí un matambrito al verdeo… ¡Era para chuparse los dedos!
A Ignacio la propuesta le revolvía el estómago, lo que menos deseaba  en esos momentos era comer.
— Bueno — pensó mientras terminaba el café—  Tendré que decidirme, soy joven y puedo empezar otra especialidad por más que  mi padre se enoje.
Abrió el sobre con el expediente Nro. 11.578 y leyó: Aurelia Espiner, 23 años.  Muerte dudosa. Cayó desnuda desde la copa de un árbol de 15 mts. de altura. Muerte instantánea.
— Que extraño— pensó. ¿Por qué se tiraría desnuda desde un árbol? ¿Habrá sido un intento de suicidio?
Tomó el Teléfono,  marcó el interno de  Intendencia y pidió  que le alcanzaran el Nro.11.578.
A los 5 minutos entró el ordenanza empujando la camilla tapada con una manta de dudoso color blanco.
Ignacio destapó los pies del cadáver para constatar  la etiqueta que pendía del dedo gordo del pie. Figuraba el Nro: 11.578. Tildó el número en su tablilla y destapó el resto del cuerpo. De pronto sintió  un fuerte mareo y tuvo que sostenerse de los bordes de la camilla para no caer.  
No podía creer lo que veía. Era una joven, demasiado joven y muy hermosa. La estudió detenidamente, desde la cabeza a los pies. Todo parecía perfecto. Poseía una belleza fuera de lo común: el cabello castaño, largo,  caía sobre la camilla por los costados de la cabeza. La piel clara  sin ser demasiado blanca. Una pelusa suave cubría sus brazos. Manos de dedos largos y uñas bien cuidadas. Las piernas torneadas, perfectas. Su impulso fue abrir los párpados para ver el color de los ojos, pero no se animó.
— ¡Por Dios! – exclamó angustiado.
— ¿Porque está muerta? — Preguntaba en voz baja
En ese instante se abrió la puerta y apareció el Dr. Robles
— Buen día Nacho — ¿Ya empezaste a trabajar? Mirá que sos puntual, eh?...
— ¿Que es esto?— preguntó sorprendido mirando el cuerpo que yacía en la camilla—  ¿Que le pasó a esta preciosura?
— Se cayó de un árbol— murmuró apenas Ignacio.
— A ver, pasame el expediente.
Comenzó a leer y a menear la cabeza.
— Ajá....huumm.. ajá — repetía el Dr. Robles mientras pasaba las hojas—  Lo mismo de siempre: drogas, alcohol,  descontrol... y luego hacen cualquier cosa.
— Bueno muchacho, manos a la obra. Abríla nomás— ordenó el Dr. Robles.
— No Dr. Yo no, yo no— repetía  Ignacio, mientras retrocedía hacia la puerta.
— ¿Pero que te pasa pibe?— preguntó fastidiado el Dr. Robles.
              ¡No cuente conmigo! ¡Renuncio! — gritó  Ignacio y se fue dando un fuerte portazo.
                                                                                                                         Gely Taboadela

jueves, 2 de agosto de 2012

CASA DE MUÑECAS

Jugaba en mi casa de muñecas,
orden y  rutinas
me protegían.

No veía
las lentas
imperceptibles
grietas,
todo parecía en su lugar
menos mi corazón.

Entonces,
el desamor
la herida innoble.

Dejé de jugar.

Acomodé las piezas,
salí al mundo
a enfrentar
                   las carencias
                   el deber.

Salí al mundo
a vivir
a buscar
la alegría.

Me refugié
                 en lo bello,
                 en lo querido,
                 en los que  ya no están
                 pero aún acarician mi corazón,
                 en los que abrieron sus brazos,
                 en la palabra amiga.

Crecí.

Ahora tengo
                  esta vida inmensa
                                 agradecida
                                 misteriosa.

Y todos mis sueños
que sueño despierta
en la música del jardín.

                                                                                                                                   Inés Aguirre, 2012

miércoles, 1 de agosto de 2012

PRESA

El águila estira sus alas cuando las primeras luces rojas aparecen en el horizonte. Limpia las plumas cuidadosamente mientras ve crecer el sol. Se eleva hasta el peñasco más alto y sus ojos de hielo azul eligen la aldea  al pie del risco.

Detrás de una ventana una mujer ve partir al viejo montado en su caballo. Mientras lo ve alejarse por el camino, espera detrás de esa ventana que el sol se asome, que clave las agujas en los campos, y que en el alféizar el malvón sangre sus mejores flores. Espera una oportunidad.

Flecha ondulante en el viento, desplegada su magnífica envergadura, se entretiene entre las capas de aire, planea, asciende, desciende, sin perder de vista su propia sombra veloz sobre los sembradíos amarillos. 

Frente al espejo se arregla el pelo, lo sujeta con broches y una cinta, se le llena la boca de saliva con la promesa de la piel ardiendo y de los labios húmedos, entreabiertos como los malvones con rocío. Se acerca el momento.

El pico torvo y fuerte necesita alimento, necesita el reto de unos jirones de carne, necesita estirar sus patas encogidas como tren de aterrizaje, necesita clavar esas garras rápido, antes de que la víctima advierta que es cazada. 

Con el sol ya fulgurante en el azul perfecto, ella corre por el campo hasta el granero, haciendo flotar la mata rojiza sobre los hombros. Corre, y no sabe si los latidos desbocados son por la carrera, la felicidad o el miedo. Entra y cierra de un golpe el portón de chapa. Busca entre las parvas y el olor de los caballos la silueta morena. 

Elige su presa, se lanza en picada. Los gemidos remontan el aire en un revuelo de plumas. Contra el azul luminoso de oro mediodía una incomprensible forma asciende en hilachas rojizas.
                                                                                                      
                                                                                                             Mónica Cincinnati