miércoles, 13 de junio de 2012

ALGO INOLVIDABLE DE UN VIAJE

         Hay momentos en los viajes que se convierten en inolvidables, si bien se suman  experiencias y lugares excepcionales, muchas veces se dan vivencias únicas como la de hoy en La Habana, aquí en Cuba: fuimos a visitar a Pepe y su mujer.
         El sábado pasado, dentro de las cosas lindas que hicimos, estuvo una caminata por el Paseo del Prado, un boulevard lleno de árboles que reconfortan con la frescura de su sombra a los agobiados paseantes que sufren el calor húmedo de la ciudad. Allí encontramos una muestra comunitaria de pintores cubanos. Ese día luminoso se llenó de colores e imágenes con el arte que nos regalaron tan generosamente los artistas que estaban allí; no había solamente pintores sino también bailarines de los grupos de la escuela de danzas que  se encontraba al cruzar la calle y que presentaban sus números tradicionales con música muy alegre, plena de los sonidos africanos que representan a tantos cubanos y que en sus letras denuncian los horrores de la esclavitud de sus antepasados. Uno mueve los pies al son de esa injusticia imperdonable de la historia humana.
         Entre los pintores que ofrecían sus obras había muchas diferencias: unos jóvenes otros mayores; algunos blancos, otros morenos; unos muy atrevidos en su manera de ofrecer la obra y otros esperando que el caminante se acerque solo. Allí estaba Pepe, con sus cuadros multifacéticos llenos de casitas, algunas obras más luminosas que otras, unas sobre hojas amalgamadas de libros  y otras sobre telas, todas irradiaban una  magia especial que nos atrajo. Al acercarnos nos contó que tenía más cosas para mostrarnos pero que estaban en su estudio, y así acordamos encontrarnos allí el lunes.
         Hoy la visita a la casa de Pepe fue una experiencia fabulosa. Esto es lo que uno busca al viajar: encontrar gente maravillosa que nos permite refrescar la esperanza, que nos da un sentido más profundo de las cosas.
         Luego de un paseo en auto de 15 minutos llegamos a un barrio modesto hasta una pequeña casa con un jardín delantero muy exuberante. Pepe abre la puerta, entramos a un mundo armonioso y cálido donde su mujer Raquel  nos saluda. Nos invitan a sentarnos en su pequeña sala que se comunica con la cocina desde donde ella nos ofrece un café. Así este lugar se convierte en “su  mágico estudio”.
          Él nos cuenta entusiasmado sobre su trayectoria de trabajo, nos muestra catálogos de exposiciones en las que participó en París y Honduras.
Tiene una tonada musical y acelerada que algunas veces convierte las”r” en “l” como cuando nos explica su obra “un cualto”,que está colgada en la pared. Así nos va cautivando con su propuesta de “cuartos” o habitaciones que pueden surgir en cualquier lugar o edificio para albergar a un hombre que necesita un hogar, y cuya silueta se mezcla con perfiles del Capitolio cubano, de la Catedral o de cualquier otra vieja fachada típica de allí.
          También Raquel se sienta con nosotros y los dos hablan de su vida de profesores de arte, ella se dedica a la Historia del Arte y él enseña técnicas. Tienen un hijo de 11 años que no llegamos a conocer y se llama José Pablo para no repetir la tradición familiar de los “José Manuel”
           Estos dos jóvenes nos van acercando a un mundo muy diferente del nuestro, condicionado por muchas circunstancias que para nosotros son ajenas e inexplicables, sin embargo aparecen las coincidencias profundas que tenemos todos los seres humanos: la preocupación porque nuestros hijos se críen en un mundo bueno, con valores correctos, que sientan que pueden crecer en contacto con la realidad, con sentidos respetuosos de la dignidad que nos enriquece a todos.
          Charlando de estas cosas se quebraron la diferencia de edad que nos separa y la  mirada política distinta que representa a nuestros países. Fuimos dos matrimonios disfrutando de charlar sobre el arte, la familia y la vida.
           Al salir, nos mostraron con orgullo la mesita de jardín y sus banquitos de cemento que Pepe hizo con recortes de azulejos encontrados por ahí, entre los que estaban unas venecitas sacadas de un antiguo hotel cubano que perteneció a un mafioso yanqui poderoso en la época de Batista ¡Pareció un final de película americana!
           Sin duda éstos son los momentos verdaderamente inolvidables de un viaje, y se van a reavivar en nuestra casa cada vez que disfrutemos de mirar “un cualto”, el hermoso cuadro que con su imagen nos acercará estos recuerdos y nos hará sonreír con ternura.
                                                                                               
                                                                                               Neli Prieto
        

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