martes, 3 de julio de 2012

El prendedor

Un día llegó a la casa Juan con un paquetito. Ya había pasado por las convenciones necesarias. Pedido de mano, aprobación de los padres. También la fecha de casamiento había sido fijada. Matilde abrió apresurada el regalo que su novio le ofreció. Su boca se abrió con asombro. Le encantó el broche resplandeciente de marquesitas con una perla en el  centro. Corrió hasta el espejo de la sala y lo prendió con cuidado en el borde del cuello alto de su blusa bordada. Quedó extasiada contemplándose, mientras Juan, un poco más atrás, la miraba con ternura.

            -Sí- le gusté. Enseguida estuve en su cuello. Percibí el temblor de su piel a través de la blusa. Por la noche  me desprendió con sumo cuidado y me guardó en estuche de terciopelo. Me sacaba de vez en cuando y a veces me prendía en la solapa de algún traje cerca de su corazón. Yo hubiera querido salir más seguido, hasta que me di cuenta de que en realidad no  me olvidaba sino que me reservaba para ocasiones importantes. No era que me cambiaba por otro, sólo era que tanto me quería, que temía perderme y por eso me cuidaba como un tesoro. Eso era amor.

            Se casaron, tuvieron hijos y el prendedor siempre la acompañó en los momentos más felices. Está en las fotos en el bautismo de los hijos, los cumpleaños, una salida al teatro.  Lo lucía con orgullo.
Tuvo otros regalos de oro y piedras preciosas, pero para ella, ese prendedor siempre fue  el más valioso.
                                                                                                              Raquel Micheli

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