Jugaba en mi casa de muñecas,
orden y rutinas
me protegían.
No veía
las lentas
imperceptibles
grietas,
todo parecía en su lugar
menos mi corazón.
Entonces,
el desamor
la herida innoble.
Dejé de jugar.
Acomodé las piezas,
salí al mundo
a enfrentar
las carencias
el deber.
Salí al mundo
a vivir
a buscar
la alegría.
Me refugié
en lo bello,
en lo querido,
en los que ya no están
pero aún acarician mi corazón,
en los que abrieron sus brazos,
en la palabra amiga.
Crecí.
Ahora tengo
esta vida inmensa
agradecida
misteriosa.
Y todos mis sueños
que sueño despierta
en la música del jardín.
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