Un bote precario para trasladar pasajeros
a lo largo del lago Titicaca .Una mañana soleada pero fría que nos obliga a
llevar abrigos. Los más jóvenes desafían el clima y deciden ir sobre el techo
de la lancha para disfrutar más intensamente del aire boliviano.
Nosotros, los cincuentones, nos apuramos
para encontrar lugar cubierto entre los asientos de la parte interior pero
Felipe y yo quedamos últimos y nos
acomodamos en la punta delantera sobre unos asientos “tipo sillones” contra las
ventanas de vidrio. ¡Buena vista pero gran incomodidad, la lluvia de la noche
anterior dejó su recuerdo en algunos de los almohadones!
Frente a nosotros están unos alemanes. Yo
empiezo a especular e inventar como siempre, el posible vínculo entre
ellos para que Felipe se burle de mis suposiciones: decido que son
padre de cincuenta y pico e hija de veinti tantos porque tienen la misma nariz
respingada.¡Seguro que es así! .Junto a la jovencita está una mujer mayor, muy
boliviana en su aspecto de chola como las que venimos viendo a lo largo de todo
este maravilloso altiplano. Al mirarlas no puedo dejar de pensar en lo lindo
que es viajar y poder ver que las personas somos muy interesantes en nuestra
diversidad.
Comienza el movimiento y de pronto, el
conductor viene a la cabina y le pide a la señora que se cambie de lugar (¿por
el peso?) y se viene al lado mío porque era la única opción posible pero como
estaba mojado la ayudo a armar un colchoncito con los salvavidas y entonces se
acomoda tranquila. Así empezó la cosa: miradas cordiales, algunas sonrisas y
enseguida fuimos dos mujeres con ganas de hablar.
Ella 70 años, viuda con siete hijos,
vivía en Sucre pero andaba visitando las casas de su familia en diferentes
lugares de Bolivia y Argentina. Yo 52 años, viajando junto a mi buen marido y
contándole sobre mis hijos y sus ocupaciones. Su picardía iba abriendo cada vez
más los temas, me contó orgullosa que todos sus hijos eran profesionales, hizo
con sus dedos la cuenta para señalarme sus 14 nietos y fue más fácil con sus
seis biznietos ¡qué envidia para mi mamá!
Sin duda con nuestra conversación
despertamos cierto interés en los otros pasajeros:
ella con
sus trenzas, sus polleras enormes, sus medias de lana de llama y sus ojotas
abandonadas en el piso porque había levantado los pies sobre el asiento para no
sentir la hinchazón que le molestaba desde hace unos días, según me contó, por
otro lado, yo, muy vestida de turista con mis pantalones caqui, mis borsegos
fuertes para la caminata que íbamos a hacer en la Isla del Sol, llena de polar
y sin una gota de lana natural !!
La charla
fue tan suelta que se pasaron las dos horas de navegación sin darnos cuenta:
éramos dos mujeres compartiendo vacaciones, ostentando hermosas familias y
conversando sobre temas como la política de Evo o los límites con que hay que
tratar a los niños de hoy en día. De repente una foto: su hijo con quien estaba
en el paseo quería que posáramos para tener un recuerdo de este encuentro de
“la chola y la porteña”, dos mujeres diferentes pero tan semejantes en su
esencia.
Cuando su nuera le quiso cambiar de
lugar por creer que estaba incómoda sobre los almohadones, Elsa Parada le
contestó: “no, aquí estoy bien chismeando con mi amiga”. No hay palabras para
describir mi profunda ternura. ¡Con eso me regaló un recuerdo imborrable!
Neli, 2013
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