El auto se deslizaba suavemente por las rutas y autopistas. Rodeaba montañas o se metía en largos túneles. Zigzagueaba como una nave espacial que iba esquivando estrellas en el infinito. El conductor sostenía con firmeza y seguridad el volante. Llevaba la responsabilidad de una valiosa carga: su familia. La copiloto, su mujer, se mantenía despierta para acompañarlo y alerta para atender a los hijos. Los más grandes se acomodaban cabeceando, el más pequeño también sucumbía al sueño. Atrás dormitaba la abuela que disfrutaba del viaje. Pero alguien no dormía. Con su carita pegada al vidrio del coche miraba extasiada la luna que colgaba del cielo. Era la niña de los ojos grandes y azules como un lago que exclamaba.
-¡Mamá la luna esta ahí!
-¡Mamá la luna camina!
Y la luna le sigue, se esconde y vuelve a aparecer.
La abuela entonces, sonriendo, al escucharla evocaba las escenas repetidas de largos viajes con sus hijos, en cielos de otras tierras, cuando una vocecita preguntaba ¿mamá cuánto falta? Y los más grandes entretenían la espera contando los postes del costado de la ruta o jugaban al “veo-veo, ¿que ves?” Mientras, la luna, milenaria fascinación de los hombres, alumbraba el coche que devorando kilómetros atravesaba puentes, fronteras, y también caminos del tiempo con recuerdos de ilusiones pasadas, cuando otra niña de ojos claros la descubría e iluminaba su asombro:
- ¿mamá la luna me mira y se ríe?
- ¡Mamá la luna va con nosotros!
- Sí mi amor , sí… te mira,
- A la luna le place acompañar a mis niñas.
Raquel Micheli
Muy lindo mamá. La luna nos ha salvado alguna noche de llanto luego de muchas horas en el coche.
ResponderEliminarBesos.
Lindo tía. Un beso grande, y esperamos el proximo
ResponderEliminarSabi